Capítulo 27





Sueños bajo las estrellas




El habitual murmullo dentro del periódico logró bajarme de la nube en la que caminaba.
Mientras avanzaba hacia mi escritorio, no pude resistirme a mirar hacia atrás.
Y sí, a través del escaparate de vidrio encontré lo que mis ojos buscaban. Un costoso coche negro con vidrios polarizados, pero a pesar de ello, sabía exactamente que un par de ojos deliciosamente marrones estaban clavados en mí.
-Liz- había dicho cuando me encontraba por abandonar el coche.- No tardes demasiado.
Y entonces sentí todo el poder persuasivo de su mirada descargado sobre mí, que en realidad, combinado con aquella sonrisa, dejaba nulas posibilidades de no derretirse ante él.
-Estaré aquí en un segundo, Michael. Extráñame.- dije guiñándole un ojo, para luego cerrar la puerta y dirigirme hacia el periódico con una inmensa sonrisa en el rostro.

Avancé hacia mi escritorio no muy conciente de lo que ocurría a mi alrededor. Abrí uno de los cajones y saqué todos los papeles que necesitaba, escribí una nota para George y tomé mi bolso. Pero cuando me disponía a marcharme de ahí, una mano se cerró en torno a mi muñeca.
-Hola.- dije al alzar la mirada.
-Perdóname Liz, no quise herirte. Me comporté como un estúpido.
-Eric, no pasa nada, de verdad. Olvidemos el asunto, ¿bien? De hecho, yo ya lo hice.- Dije sonriéndole. No obstante, su mirada siguió casi tan sombría como antes.- ¿Qué sucede?, ¿a ocurrido algo, Eric?
Despegó sus pupilas de las mías y bajó el rostro.
Silencio.
Sólo silencio, ni una sola palabra.
¿Acaso había algo que mi mente estaba pasando por alto?
-Te esperé anoche, Liz. Pero lo comprendo perfectamente. Entiendo que no me hayas querido ver después de lo que ocurrió.
-Demonios- dije para mis adentros. Claro, la cena. La había olvidado por completo.
¡Dios!, en aquel instante fui yo quien bajó la vista, avergonzada.
-Eric, yo lo siento... tanto.
-No, Liz- dijo tomando mi barbilla para que le mirase.- No tienes por qué disculparte, lo entiendo.
Más silencio, mientras la culpabilidad se habría paso en mi pecho. ¿Cómo lo había olvidado? Se trataba de Eric, mi mejor amigo desde la infancia... ¿y yo lo olvidaba en un par de segundos?
-¿Estabas con él verdad?
-¿De quién hablas?
Y entonces rió. Pero no fue exactamente alegría lo que contenía aquel sonido. ¿Ironía quizás?, sí, ironía y amargura, lo cual provocó que un extraño sentimiento de rabia me embargara.
-Sabes de quien hablo. No soy tonto, Liz. Se que Michael estaba contigo. ¿O me vas a decir que súbitamente desaparecieron los dos? Por favor- bufó.

De pronto, deseé con toda el alma plantarle un bofetón a mi amigo. Empuñé las manos y me crece de brazos, intentando contener aquellas ganas asesinas de golpearle.
-¿Esto era lo que querías decirme? Pues entonces, adiós.
Volteé con la intención de marcharme, pero una vez más me detuvo.
-Lo siento, lo siento- murmuró poniéndome frente a él.- olvida lo que he dicho, Liz. He venido a decirte que lo siento y termino arruinándolo de nuevo.
-Pues deberías aprender a cerrar la boca y entrometerte en tus propios asuntos. Se bien lo que hago, Eric. Y tú no eres quien para venir e intentar controlarme.
-Sólo me preocupo por ti. Puedo ver lo que busca ese artista, Liz.
-¿A, si?, ¿Y que es lo que Michael busca?
-Nada que te convenga. Creeme.
-Deja que sea yo quien se preocupe de aquello, Eric, que niñeros no necesito. Ahora, ¿podrías soltarme? - dije indicando mi mano.
Enseguida cumplió mi petición, y en aquel mismo momento eché a andar hacia la salida.
¿Qué era lo que le pasaba? Perfecto, lo único que me faltaba era que vigilara cada uno de mis pasos.
Salí lo más de prisa que pude, tirando humos por la cabeza.
Hasta que divisé aquel coche negro, claro.


-¿Que ocurre, pequeña?- espetó Michael mientras acunaba mi rostro entre sus manos.
-Nada, Michael.-dije con la sonrisa más convincente que logre fabricar.
-Nada no es lo que parece.
-Michael, de verdad, no es nada.
-Mentirosa.- me acusó entonces.
-¿Qué?
-Sí, mentirosa. Tenemos todo el día para que me cuentes qué es lo que sucede. Así que tú decides cuando empezar a hablar.
Algo en su tono de voz me dijo que hablaba completamente en serio esta vez. Así que, luego de soltar un suspiro de resignación, comencé a contarle.
-¿Te ha hablado de esa forma?- preguntó de pronto, con dureza.
-Se que en realidad le preocupa. Creo que es natural, ¿sabes? Después de todo, él ha estado siempre ahí.
-Pero aquello no le justifica, Campanita.- aseguró ofreciéndome su regazo, mientras acariciaba mi mejilla. – Has considerado, que bueno...tal vez, ¿él esté celoso?
Alcé mi rostro nuevamente, frunciendo el entrecejo.-
-¿Celoso?, ¿Eric?-
-Ajá. Quizás por eso ve mi cercanía hacia ti de aquella forma.-
-Pero Michael, Eric es mi amigo, no tiene por qué sentir celos. Es absurdo.-
-Pues a mi me parece bastante posible.-
Pensé en ello unos cuantos minutos más, hasta que Michael se encargó de absorber mi atención por completo con otra de sus fantásticas conversaciones sobre mil y un maravillas, creando un mundo compuesto sólo por los dos.







-¡Michael!- escuchamos en cuanto pusimos nuestros pies fuera del coche.
Entonces, él tomó mi mano y yo se la ofrecí de inmediato. Caminamos hacia aquel hombre semi calvo, quien limpiaba su frente con un elegante pañuelo mientras hacía su mejor esfuerzo por correr hacia nosotros.
-Hola Frank.- dijo Michael cuando estuvimos frente a él, con una inmensa sonrisa.
-¡Muchacho!, ¡¿Dónde demonios te habías metido, sabes todo lo que me has hecho pasar?, ¡Pero te aseguro, que esta es la ultima vez que te cubro las espaldas, Michael!- dijo apuntando a su representado con severidad.
A pesar de ello, el aludido no pareció inmutarse ante tal regaño. Todo lo contrario. Una risita divertida escapó de sus labios mientras entrelazaba sus dedos con los míos.
-Tranquilízate, Frank. Sólo respira, ¿está bien?, he pasado la noche en casa de Liz. No me ha pasado absolutamente nada, estoy más que bien, ¿lo ves? No hay por qué preocuparse. Siento haberme ido sin avisar, pero una emergencia se presentó.

Y en ese momento, Frank fijó  su mirada en mí. Soltando un cansado suspiro.
-Buenos días Elizabeth.- intentó decir en un tono mucho más cordial, sosegando su respiración.
-Buenos días Frank.- respondí con una encantadora sonrisa.
-Espero que esto no se vuelva a repetir. Es una advertencia para los dos, ¿entienden?- dijo indicándonos con su dedo índice, observándonos con autoridad.
Y en ese instante, Michael sonrió conteniendo cientos de musicales risitas. Llevó de manera teatral una de sus manos hacia su frente, en un gesto militar.
-Entendido, señor.- 
Fruncí mis labios con fuerza, reteniendo una carcajada que pujaba por salir de mi boca.
-¿Michael, podrías tomarte esto con siquiera un poco de seriedad?
-Y es así como lo tomo, Frank. ¿Si no de qué otra manera lo podría tomar?- dijo Michael, provocando un gran suspiro como respuesta.
-¿Puedo saber al menos qué es lo que han estado haciendo?- preguntó Frank, ya más tranquilo. Michael buscó mi mirada y soltó una fugaz y traviesa risita, ante lo que yo respondí de la misma forma.- ¡Oh, no. No me lo digáis, no quiero saberlo! Me puedo hacer una idea.- aseguró apoyando su frente en la palma de su mano.- Por cierto, en media hora más saldremos  hacia el  estudio. Sin excusas.
Entonces dió media vuelta y comenzó a andar hacia un coche gris aparcado frente a la mansión.
-Frank, en cuanto a aquello...-
-¿Si?- dijo Frank, dándose la vuelta hacia nosotros.
-Me tomaré el día libre.- soltó Michael tranquilamente.
Y en ese preciso instante los ojos de Frank salieron de sus orbitas.
-¡Muchacho!, ¡¿Acaso crees que todos estamos a tu disposición?!. Un día de estos, Michael, llegaré al limite y ni tú, ni tus disculpas podrán hacer nada al respecto.
-Frank, tranquilízate. Sólo será un día. Nadie morirá a causa de mi ausencia durante veinticuatro horas. Tómate el día libre. Mañana volveremos al estudio.-

Michael, luego de dirigirle a su manager una tierna sonrisa, dió media vuelta y echamos a andar hacia la casa, mientras dejábamos atrás a Frank con un ataque nervioso a escala.
-Una cosa más.- gritó a nuestras espaldas- Joseph ha estado preguntando por ti Michael, está hecho un energúmeno. Así que suerte con ello.

Aquello fue suficiente para que Michael frenara en seco, para luego girar sobre sus talones.
-¿Joseph ha regresado?
-Eso me temo. Y te está esperando.







-Liz- dijo Michael cuando ya estábamos frente a la puerta.
-¿Qué sucede Michael, estás bien?
Entonces su rostro le delató. Estaba aterrado.
-Michael, puedes confiar en mí. ¿Qué sucede?- dije tomándole de ambas manos, entrelazando mis dedos con los suyos.
-Tengo miedo, Liz. Miedo de lo que él pueda hacer.
-¿De qué hablas?
-De mi padre. Estoy seguro de que intentará alejarte de mí.
-¿Por qué piensas eso?-
-Simplemente porque a él no le gusta verme feliz, ¿sabes? Siempre ha puesto mi felicidad en un segundo plano. A Joseph sólo le importan los resultados, las ventas, mi carrera. Y verá en ti una distracción a ello.
-Michael, tranquilo. Eso no sucederá. Ya encontraremos la forma de salir de esa situación si es que se presenta.- dije llevando una de mis manos hacia su rostro. – Démosle un poco de confianza a tu padre.
Asintió levemente, acariciando mi mano con el rose de su mejilla.
-¡Liz!- grito de pronto una vocecita.
Al instante dirigimos nuestras miradas hacia el inmenso jardín. Janet corría apresuradamente hacia nosotros, mientras sus alborotados rizos eran sacudidos por la brisa primaveral.
-Hola Janet.- dije cando al fin estuvo a dos metros de distancia.- ¿Cómo has estado?
-¡De maravilla!, ¡has vuelto!- gritó segundos antes de abalanzarse contra mi y rodear mi cuello con sus brazos.
Eché a reír, al tiempo en que la estrechaba. Observé a Michael, quien con una deslumbrante sonrisa, era espectador de aquella pintoresca escena.
-¿Y a mi no me saludas?- preguntó haciendo una dramática mueca de tristeza.
-¡Michael!- gritó la niña saltando hacia los brazos de su hermano.- ¿Dónde has estado?, ¿Acaso vienen juntos?- inquirió entrecerrando los ojos.
-¿Por qué eres tan cotilla?
La niña se encogió de hombros y luego con un gesto airado sacó un mechón de su frente.
-Sólo es una pregunta.- dijo mostrándole la lengua a Michael.- De todos modos ya se la respuesta.
-Eres insoportable, enana.- suspiró Michael entre risas.
-Aun así me adoras. Liz,- dijo cambiando la dirección de su mirada.- ¿te quedarás el resto del día, verdad?
Le miré con ternura. ¿Acaso podía ser más adorable?
-Claro que se quedará, Janet. ¿Verdad Liz?- dijo Michael tomando nuevamente mi mano, clavando sus ojos en los míos.
-Eso creo.- dije sonriendo, sin ser capaz de zafarme de su mirada.
¿Por qué sentía de repente que la gravedad comenzaba a disminuir de forma abismante?
Michael, Michael, Michael. Sólo una mirada y el resto del mundo había desaparecido para mí.
Y entonces aquella sonrisa torcida que tanto me gustaba hizo su aparición, como si de una respuesta a mis pensamientos se tratase.
-¿Hola?- escuchamos de pronto.- ¿que les sucede?- espetó Janet, sacándonos de nuestro ensimismamiento.
-¿Qué?- balbuceó Michael.
-Pues que parecen unos bobos ahí parados.- rió la niña.- Oh, por cierto, Michael, tengo algo que decirte...- dijo de pronto cambiando rotundamente el tono jocoso de su voz.
-Ya lo sé, Joseph está aquí.- asintió.
-Así que será mejor que entremos de una vez.





-¿Lista?- preguntó antes de abrir la puerta del gran despacho.
Intenté a toda costa que los temores de Michael no me afectaran, pero ¿y si él tenia razón y su padre era tan terrible como me había dicho?
En ese caso, no tenía otra opción que enfrentarlo. Michael lo valía.
Entonces exhibí mi mejor sonrisa para infundirle valor.
-Siempre.-



La puerta se abrió y entramos en la gran e imponente sala.
Las paredes estaban recubiertas con tonos caobas, increíblemente cálidos. Grandes cuadros mostraban a la familia reunida, a los hijos posando al término de un show, o reconocimientos discográficos elegantemente enmarcados.
Observé directamente al fondo de la habitación.
Un gran escritorio se encontraba frente a nosotros.
Avanzamos por el lustroso parqué, mientras mis tacones resonaban en la estancia.
Miré discretamente hacia mi lado con el rabillo del ojo, sólo para asegurarme de que Michael se encontraba bien.
Su figura lucía seria, imperturbable. Sumamente fría. Algo totalmente extraño en él.
-Al fin llegas, muchacho. ¿Dónde demonios te habías metido? ¡Tengo cientos de papeles que revisar!, Billy Hunters ha llamado para discutir sobre un nuevo negocio para ti. Bastante provechoso, por lo demás.- comenzó Joseph, con la totalidad de su atención puesta en aquellos contratos.-
-Hola Joseph.- dijo Michael, deteniéndose de pronto a una distancia considerable de su padre.
-Necesito que firmes algunos papeles, ya sabes, lo de siempre. Los auspiciadores quieren que les prestes más atención, Michael. ¡El dinero no se fabrica solo! Y con respecto a...-
-Joseph,- le interrumpió Michael de pronto.- Quiero presentarte a alguien.
En aquel momento, percibió algo extraño en el ambiente y al fin notó mi presencia.
Sus intimidantes ojos severos recorrieron mi figura, deteniéndose al fin en mi rostro.

Silencio entonces.

-Buenos días señor Jackson, mi nombre es Elizabeth Forwell, reportera del Daily Records.
-¿Daily Records?- preguntó descolocado-, Michael, no me habías dicho nada de esto. ¿Acaso ya no me tienes ni un mínimo de respeto? ¿Cuántas veces te he dicho que debes estar alerta, muchacho?- dijo con  tono afilado.
-Frank se ha encargado de que Elizabeth haga un reportaje sobre el disco, Joseph. Te recuerdo que aquellos asuntos ya no te corresponden.- respondió Michael de manera cortante, a la defensiva.
Entonces, Joseph se puso de pie y se acercó hasta nuestra posición con seriedad.
-¡Ja!- rió de pronto.- Muy bien. Después de todo, un reportaje me parece una fantástica medida publicitaria. Bien pensado.- dijo mientras una sonrisa se extendía por sus facciones severas.- Bienvenida, señorita Forwell. ¿Ya le has mostrado todos aquellos galardones, muchacho?- espetó conduciéndome hacia un imponente mueble lleno hasta el tope de reconocimientos, orgulloso de ello.- Bueno, no es por presumir, claro está, pero he sacado a esta familia adelante, Elizabeth. Ya debes conocer la historia.- dijo observándome con aquellos penetrantes ojos.
-Oh, claro. Michael me ha informado sobre los detalles, señor Jackson.
-Podrías hacerme algunas preguntas, de seguro te serán de suma utilidad.- ofreció.
-Te lo agradezco, Joseph, pero Elizabeth y yo tenemos cosas que hacer. –Le cortó Michael.- Ahora, si nos disculpas...-
La mirada de Joseph se detuvo en el rostro de su hijo. Su expresión me pareció indescifrable. Alcé mi rostro y observé a Michael, quien parecía cincelado en piedra.
Ambos desviaron la vista en cuanto sus ojos se encontraron.
¿Qué era lo que había pasado entre ellos?, ¿Por qué eran incapaces de sostenerse la mirada?
-Espero que te dejes de niñerías y te enfoques en los asuntos importantes cuanto antes. Creo que eres capaz de entender lo que tu irresponsabilidad causa. - dijo Joseph a medida que se alejaba nuevamente hacia el escritorio.- Recuerda los años de trabajo que me ha costado posicionarte en el pedestal en el que estás ahora.
-Se muy bien de que manera debo actuar, Joseph.- respondió Michael tomando mi mano nuevamente. Le di un suave apretón para apoyarle. Bajó sutilmente la mirada en busca de la mía. Y entonces supe que había llegado el momento de sacarle de ahí y terminar con la tortura que suponía entablar una conversación por más de cinco minutos con su padre.
-Bueno, ha sido un placer conocerle, Señor Jackson.-
-Dime Joseph. Y ya sabes, si quieres entrevistarme o tener algo más de información, no dudes en consultarme.- dijo mientras su atención era absorbida nuevamente por aquellos papeles.
-Gracias.- dije con una sonrisa desganada.
Y entonces Michael rápidamente me condujo hacia la puerta.
No pude evitar pensar en lo sucedido, en lo extraño que había sido y en lo incómodos que ambos habían estado con la cercanía del otro.


Llegamos a uno de los salones. El más hermoso de todos, no por su magnifica decoración precisamente.
Aquella habitación era algo más pequeña y acogedora. También más privada. Lo cual me dio la respuesta del por qué nos habíamos dirigido hasta ahí.
-Creo que después de todo no ha sido tan malo como pensé.- dijo desplomándose en el sofá.
-Claro que no. ¿Lo ves?, relájate Mike.-
Le imité y me senté a su lado.
-Liz- dijo Michael incorporándose levemente. Acercándose hacia mí.
-¿Si?
-Gracias. Gracias por estar conmigo. Gracias por ser tú. No sabes cuanto significa esto para mí.
-Michael- dije tomando su rostro entre mis manos.- No tienes que agradecerme absolutamente nada. Yo estaré par ti cuando quieras. Cada vez que precises mi compañía ahí estaré.
Y entonces no pude resistirme. Acorté la mínima distancia existente entre los dos y le envolví entre mis brazos, ante lo que él reaccionó inmediatamente, estrechándome aun más fuerte.
Quise fundir mi alma en la suya, hacerle saber que nunca más estaría solo, porque yo me encargaría de ello.
Haría cualquier cosa con tal de ver su sonrisa brillar.
-Te quiero.- susurró en mi oído, lo cual bastó para que mi cuerpo temblara.
¿Por qué cada vez que Michael tocaba mi cuerpo reaccionaba de aquella manera?
-¿Sabes algo?- dije apartándome lo suficiente para observar su rostro- Yo te quiero aún más, Michael.
En ese instante su sonrisa reapareció, tan encantadora y dulce como siempre.
-Eres increíble, Liz.
-Ya lo sabía.- dije sonriendo, acomodándome el cabello en un gesto falsamente arrogante.
Aquello bastó para que la habitación se llenara de risas, dejando en el pasado todo rastro de amargura.





-¡Michael!, ¡te acabaras todas las palomitas!, ¡esto es completamente injusto!- Le recriminó Janet, mientras se tumbaba en uno de los costados del sofá.-
Sus palabras tuvieron una certera respuesta de parte del aludido. En menos de dos segundos, el cabello de Janet fue inundado por palomitas, desatando una nueva guerra de proporciones, ante lo único que pude hacer fue observarles, partida de la risa.

Luego de la insistente petición de Janet, finalmente Michael había accedido a poner una película de romance, dejando de lado sus múltiples objeciones.
El film resultó ser mucho más de lo que yo podía soportar.
Ambas terminamos entre lágrimas, ante las risitas burlonas de Michael.
-Eres una llorica.- había dicho entonces, estrechándome contra su pecho, mientras acariciaba mi mejilla, secando con su tacto la humedad habida en ella.
No obstante, mi atención era reclamada por él cada pocos minutos.
Su sonrisa, sus labios, sus ojos constantemente clavados en mi rostro, sus manos acariciándome, o una simple palabra susurrada en mi oído eran los mayores distractores.

-Liz, ¿puedo preguntarte algo?- inquirió Janet desde el otro extremo del sofá, una vez que la película había dejado de llamar su atención.
-Claro que sí. ¿Qué quieres saber pequeña?
-¿Cuántos novios has tenido?
-Janet.- le cortó Michael inmediatamente.
-Eso es difícil. Han sido muchos.- respondí ignorando a Michael.
-¡Wow! ¿Y les has querido mucho?
-Claro que sí.
-Janet...-
-¡Shhh!, calla Mike.- le ordenó la niña antes de proseguir con el interrogatorio, ante la visible incomodidad de Michael, quien seguía con atención la conversación.- ¿Entonces por qué les has dejado?
Reí ante la perspicacia de aquella monstruito.
-¿Qué te hace suponer que yo les he dejado?
-Pues eso es evidente. Nadie te dejaría a ti. Eres demasiado bonita y agradable.-
Aproveché el momento para mirar con el rabillo del ojo el rostro de Michael.
Y me encontré con lo que me había imaginado. Sus mejillas estaban deliciosamente teñidas de rojo.
Y sí, debía reconocerlo. Estaba disfrutando su reacción, por lo que me dispuse a seguir contestando cada pregunta de Janet.
-Entonces, ¿Por qué les has dejado?- insistió.
-Bueno, eso es fácil de responder.- dije con una sonrisa, sintiendo la atenta mirada de Michael sobre mi rostro.- Les he dejado porque les he querido, pero no amado.
-Osea que no has conocido al chico indicado. O al menos eso crees, hasta ahora.- afirmó con un explicito tono insinuante.- Lo pillo.
Y llegado este punto, Michael desvió la conversación hacia terrenos más seguros, haciendo gala de aquel poder infinitamente persuasivo con el cual solía llevar cualquier tipo de conversación hasta donde él lo deseaba.

La tarde transcurrió rápidamente. Al estar con Michael el tiempo parecía absolutamente evanescente, irreal y poco coherente.
Pero aquello me encantaba.
La cena reunió a la totalidad de los Jacksons, a quienes yo ya conocía, por lo que esta vez estaba mucho más preparada para sus constantes bromas e indirectas con respecto a la relación que había entre Michael y yo. Pero entre más explicaciones dábamos sobre
“entre nosotros sólo hay una hermosa amistad, nada más”, nuestros adversarios parecían unirse con mucha más fuerza, siendo liderados por aquella niñita insoportablemente adorable.
Por otro lado, intenté mantener toda la concentración que me era posible- considerando que a mi lado se encontraba Michael- en la charla que Joseph sostenía conmigo. Sus múltiples logros y créditos por haber llevado a la familia al estrellato fueron el eje central en todo momento.

-¿Qué te parece si salimos de aquí?- susurró Michael.
Entonces tomó mi mano y desaparecimos antes de que cualquiera de los presentes lo pudiera notar.

El cielo ya se encontraba cubierto por un manto de estrellas, mientras la luna rellena haca gala de su majestuosidad plateada.
Corrimos sumergidos entre risas y destellos de alegría a través del inmenso jardín rodeado de flores.
Detuve a Michael un momento ante el escrutinio de sus curiosos ojos. Me saqué aquellos imposibles tacones, para así estar descalza.
Y entonces, cuando menos preparada estaba, Michael me alzó con la facilidad de un gigante y cargó mi cuerpo en su espalda.
-¡Michael!- grité ya sin defensa alguna.
-¡Sostente, Campanita!
El viento chocaba contra mi rostro, agitando mi cabello ensortijado.
Y en aquel instante supe que para él no habían límites posibles, incluyendo la gravedad.
¿Por qué tenia la vaga sensación de que sus pies no alcanzaban siquiera a rosar el césped?
-Ey súper chico, ¿a donde me llevas?- pregunté apoyando mi barbilla en su hombro, disfrutando la sensación exquisita de su cercanía.
-A nuestro lugar especial, ¿lo recuerdas?
-¿Nuestro lugar especial?- repetí mientras la idea cobraba fuerza en mi mente y una sonrisa se formaba en mi rostro.- Claro que lo recuerdo, ¿cómo podría olvidar semejante pedazo de cielo, Michael?
Rocé el contorno de su cuello con mis labios, disfrutando de la textura de su piel a través de una caricia. Entonces tuve el placer de sentir como un veloz estremecimiento le recorría. Una risita nerviosa escapó de su boca, confirmando lo que yo ya había percibido.
Pero en aquel momento mi atención fue absorbida por lo que se presentó ante nuestros ojos. Cientos de destellos refulgían en la superficie diamantina del lago. El reflejo de las estrellas en el agua creaba un espectáculo absolutamente irreal.
Nos acercamos unos cuantos metros más, hasta que Michael depositó con suavidad mi cuerpo sobre la hierba, para inmediatamente tumbarse junto a mí.
-Es perfecto.- susurró recostándose sobre su costado para observar mi rostro.-

Aquella noche poseía un extraño aire de misticidad, impregnándolo todo del más intrigante misterio.
El sonido del agua llenaba cada recoveco del lugar, mientras la calida brisa desplegaba caricias por doquier.
Cerré los ojos un momento, intentando conservar cada sensación en mi memoria.
-Tienes razón. Es perfecto.- musité.- ¿Pero sabes una cosa?- dije mientras habría lentamente mis parpados, en busca de sus pupilas.- El que tu estés junto a mí es lo que hace este momento absolutamente sublime, Michael.
-¿Te confieso algo?- dijo haciendo gala de aquella sonrisa dulce, infinitamente transparente.- Siempre he sabido que este lugar significa mucho más que lo evidente. Pero ahora conozco la verdad de su misterio. Es magia, campanita. Ahora que tú estas aquí lo puedo ver. Porque desde que llagaste a mi vida todo está mucho más claro. Te has llevado las tinieblas, Liz. Han desaparecido, pequeña, desde que tus ojos se cruzaron con los míos.
Y entonces sonreí. Sonreí sólo por el inequívoco hecho de que las palabras de Michael me sonaban a gloria.
-Michael, ¿te he dicho alguna vez lo mucho que significas para mí?, pues te lo digo ahora. Te quiero, Michael. Te quiero, y mucho.
-Yo te quiero aun más, Liz. Quizás mucho más de lo que puedes imaginar.- aseguró mientras la fuerza gravitacional que sus ojos ejercían sobre mí comenzaba a alterar cada una de mis fibras nerviosas.- ¿Sabes una cosa?, se que algún día te enamorarás, Liz. Estoy seguro de que encontrarás al chico que buscas.- dijo mientras se tumbaba completamente, huyendo de el escrutinio de mis ojos.
-¿A, si?- le pregunté incorporándome, para poder observar su expresión.
-Ajá. Las cosas suelen pasar cuando menos las esperas. Y quien sabe, quizás esa persona este mucho más cerca de lo que crees.- aseguró desviando rápidamente la mirada.
Solté una risita divertida. ¿Qué era lo que sus palabras querían insinuar?
-¿Lo dices por algo en especial, Michael?- espeté sonriendo, ante la seguridad de saber lo que aquella confesión a medias escondía.
-No, sólo es lo que pienso.- respondió de manera renuente.
Pero en cuanto acorté unos cuantos centímetros la distancia existente entre nuestros rostros, el color rojizo de sus mejillas le delató.
-¿Estás seguro?- susurré mientras sentía el ritmo agitado de su respiración entrecortada.
Asintió suavemente, una vez que mis pupilas se habían clavado en las suyas. Pero entonces acerqué mis labios aún más, hasta que la distancia entre nuestras pieles era ínfima.
-Embustero.- musité.
Y entonces una gran sonrisa se formó en mi rostro, mientras las ganas incontenibles de reír me embargaban.
-¿Te estas riendo de mi, acaso?- preguntó incorporándose en una fingida expresión de abatimiento. Al instante adiviné sus intenciones, pero como ya era habitual, no pude hacer nada para evitar que sus brazos me elevaran.
-¡Michael!, ¡suéltame!, ¡eres un tramposo!
Pero el destino ya estaba echado, y mi peor temor se hizo realidad.
Ahogado entre risas, y a pesar de mis objeciones, Michael se zambulló en la fría agua del lago, y por supuesto, a mí también.
-¡Estas son las consecuencias de llamarme embustero, campanita!- gritó eufórico, celebrando su victoria, al tiempo en que yo tomaba una gran bocada de aire, apartándome el cabello completamente empapado de los ojos.
-Me las pagarás, Michael.- le amenacé.- Juro que me vengaré de ti. Te odio, te odio con toda el alma.
Pero mi advertencia sólo causó que su ataque de carcajadas aumentara hasta lo imposible.
-Sabes que no es cierto.- Lentamente acortó la distancia que nos separaba, e inevitablemente mi cuerpo reaccionó de la manera menos conveniente.
Me quedé ahí, observando sus gráciles y lentos movimientos, como un depredador que va en busca de su presa. Y evidentemente, los roles estaban más que definidos.
Su brazo rodeo mi cintura con toda naturalidad, provocando que cientos de descargas eléctricas me recorrieran por entero. Acercó sus labios hacia mi oído, tal como yo antes lo había hecho.
-Me adoras, Campanita. Y no sabes cuanto agradezco al cielo por ello.
Y entonces el tiempo se detuvo, mientras entre miradas y destellos la luna era participe de aquel mundo hecho de ilusiones y secretos.





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