Capítulo 33





"Te amo"







-Porque te amo, Michael. Te amo.-



En cuanto mis labios pronunciaron esas palabras, me miró de aquella forma profunda y certera, con la que solía desarmarme. Pero esta vez en sus ojos había un brillo distinto, que no supe cómo descifrar.


-Pero tengo miedo. Me aterra sentir esto por ti.
-¿Por qué?- inquirió acercando su rostro un centímetro más al mío.-
-Porque si te hago daño en el camino, si por alguna razón sufres por mi culpa, no me lo podría perdonar, Michael. Te quiero demasiado como para soportar herirte. ¿Te das cuenta de lo peligroso que es esto?, ¿qué sucede si no soy lo que esperas, o si…-

Pero no pude continuar, Michael llevó su dedo índice hacia mis labios e impidió que dijera nada más.

-Basta, Liz. ¿Acaso te has preguntado lo que pienso yo al respecto, o lo que deseo siquiera?, ¿tienes alguna idea de lo que yo siento por ti?

Mi corazón saltó en mi pecho un  segundo infinito.
-¿Y qué es lo que sientes por mí, Michael?

El espacio que se extendía entre nosotros me pareció completamente insustancial. Casi era capaz de sentir sus latidos allí, junto a los míos.
Su respiración chocó de lleno en mi rostro. Suspiró extenuado, como si lo hubiese dicho un millón de veces ya, sin realmente confesarlo jamás. Sus manos sostuvieron mi rostro, mientras sus risos acariciaban  mi piel y el cosquilleo en mi vientre crecía con cada centímetro de distancia que él acortaba. Cada teoría y conclusión que mi mente había conjeturado se desvaneció en aquel instante, haciendo añicos con su aliento aquellas decisiones que antes había tomado.

-¿Cómo podría explicarte, campanita, algo que ni yo mismo soy capaz de entender? Sólo lo siento, Liz. - dijo entonces clavando sus pupilas de lleno en las mías. Tomó mi mano y la llevó hacia su pecho con determinación, alojándola allí, en el lugar preciso.-¿Sientes cómo mi corazón late desbocado?, eres tú la que me ha hecho esto. Cada vez que te acercas a mí, cada vez que me miras de aquella forma, como si yo fuese especial para ti, o con tan sólo evocar tu imagen en mis pensamientos, siento como si el corazón saltase de mi pecho.-

Bajo la palma de mi mano sentí cómo los latidos de su corazón golpeaban su pecho a una velocidad irracional.
Entrelazó sus dedos con los míos, sin dejar de envolver mi mano, sosteniéndola allí, donde podía sentirle palpitando, por mí. Mis ojos recorrieron su rostro, que para ese momento ya se encontraba a escasos centímetros del mío.
Observé su piel chocolatada, sus risos oscuros cayendo por sus mejillas sonrosadas, sus ojos destellando ante mi escrutinio. Y me detuve en sus exquisitos labios.
-¿Pero sabes una cosa?- dijo de pronto, mientras humedecía sus labios.- Hay algo que no tiene comparación alguna. Algo que me vuelve absolutamente loco. Un completo demente.
-¿El qué, Michael?-susurré.
-Tus labios.

Y sin más, la distancia que nos separaba desapareció.
Mis labios se enredaron en los suyos con urgencia. Michael me besó de manera deliberada, como si hubiese ansiado que esto ocurriese hace mucho. Ahora ni él, ni yo pudimos contener lo que aquel contacto provocaba.
Percibí como sus labios buscaban una y otra vez los míos con desesperación, anclándome aún más a su boca.
Entonces cada uno de mis miedos se esfumó. ¿Y si Michael tenía razón en arrastrarme con aquella fuerza de atracción hacia él?, ¿Y si esto era precisamente lo que desde un principio debía suceder y yo no había estado haciendo más que intentar detener lo inevitable, retrasándolo una y otra vez?

Rodeé su cuello con mis manos y me ceñí un poco más a su cuerpo dejándome llevar por aquella adicción que su cercanía suponía ahora para mí. Y entonces él hundió una de sus manos en mi cadera y me atrajo con decisión hacia su cuerpo, estrechándome hasta lo imposible, eliminando cualquier distancia que pudiese haber separado nuestras pieles.
Me perdí en el caos que significaba aquel aroma. Su aroma. Y su exquisita lengua buscó la mía, arrasando con cada una de mis defensas, ya inexistentes.
No. No quería resistirme más y no lo haría.
Porque el que no arriesga, no gana, ¿no?
Y yo tenía mucho que ganar. Mi recompensa estaba justo allí, pegada a mi silueta, ardiendo junto a mí, fundiendo sus labios en los míos, enredando su lengua de manera enloquecedora en mi boca.

Y yo quería más.

Su mano subió desde mis caderas, sumergiéndose bajo la delgada tela, hasta llegar a mi vientre. Acarició mi piel, quemándome con su tacto. Trazó mil figuritas con sus dedos, causando un cosquilleo allí, en donde las mariposas se habían instalado hace un millón de años.
Ahora él ya lo sabía. Sabía cada una de mis verdades. Sabía la más fundamental de todas.

Sabía que yo le amaba, que le amaba con todas mis fuerzas.


Acaricié sus mejillas, su cuello, cada pliegue de su camisa y le besé sin reservas, tal como él lo estaba haciendo.

Cuando recordaba aquel primer beso frente al mar, solía pensar que nunca habría ninguna otra forma posible en que me besasen que fuese capaz de superarle.
Pero me equivocaba, y de qué manera. Porque ahora, que sus labios arrebatados buscaban los míos una y otra vez con fiereza, casi de una manera salvaje, cada fibra de mi cuerpo había cobrado vida propia. A tal punto en que no me percaté del momento en que comencé a enredarme en su cuerpo, por si alguna mínima porción de aire todavía se interponía entre nosotros.
Y entonces, cuando el aire se había escapado por completo de mi sistema maldecí a mi necesidad básica de respirar.  Me vi obligada a separarme un centímetro de sus labios.
Y con un suspiro extasiado, Michael llenó mis sentidos con su embriagador aliento, desorientándome, dejándome aún más aturdida de lo que ya estaba.
Sus despiertos ojos oscuros perforaron los míos en aquel preciso instante. Y así, anclada a su cuerpo volví a caer rendida ante aquella fuerza magnética.
-Te amo, Elizabeth. Te amo con cada latido, desde el primer segundo en que por alguna extraña razón llegaste a mi vida. Te amo, Liz, te amo como un completo estúpido.-

Volvió a tomar mi rostro entre sus manos, mientras mi corazón palpitaba desbocado y el mundo parecía girar a una velocidad vertiginosa para mí.
-Te amo.-

Besó mis labios una vez más, para luego quedarse a menos de un centímetro de ellos.
-Por favor, Liz, déjame mostrarte que esto sí puede salir bien. Déjame hacerte feliz y te juro por Dios que echaré uno a uno tus miedos por la borda. Te amo, te amo y ya no puedo soportar un segundo más sin estar a tu lado a cada minuto. No puedo, Liz. Simplemente no tengo la fuerza necesaria para seguir fingiendo que te quiero y nada más. No puedo seguir conteniéndome cada vez que veo tus labios y no besarte como deseo. No puedo seguir soportando no ser más que un amigo para ti. No puedo.
Dime que esto que siento por ti no es sólo una locura. Dime que tú también lo sientes. Dime que me amas, como yo te amo a ti.-
-Michael, te amo. Te amo, ¿entiendes? Te amo, te amo, te amo. Y todo lo que has dicho es exactamente lo que pienso, y siento.
-Eso es lo único que quería escuchar.


Y entonces sus labios volvieron a buscar los míos.
Me besó, me besó de manera lenta. Sus labios sinuosos, exploraron nuevos caminos, nuevas formas y sabores.
Allí, en sus brazos comprendí que en realidad nunca había tenido otra alternativa que rendirme ante aquel sentimiento abrazador, pleno, que llenaba mi pecho, expandiéndose hacia cada rincón de mi alma.
A pesar de haberme negado a ello mil veces y haber intentado seguir mi vida sabiendo que él la había cambiado irremediablemente, ahora podía ver con claridad las cosas.

Sí, aunque en realidad mi mente estaba absolutamente nublada por aquel aroma que su boca de miel contenía, las cosas estaban mucho más claras.

Le amaba, le amaba tanto como podía soportar. Aunque a decir verdad, mientras Michael devoraba mis labios y sus manos se adueñaban de mi cintura, sospeché que incluso el amor que sentía por él era mucho, mucho más infinito de lo que siquiera podía llegar a imaginar.
Apartó sus labios de los míos para recorrer mi rostro con ellos. Mis mejillas, mis cienes, mi frente y aquel camino de perdición hacia mi cuello. Y allí, cuando besó cada centímetro de mi garganta un jadeo se escapó de mis labios.
Abrí los ojos de pronto, ante aquel sonido que había salido desde mi boca.
Sentí sobre mi piel el movimiento de  sus labios extendiéndose en una sonrisa, causada por aquella nueva habilidad recién descubierta por él. Hacerme perder la cabeza.
Sí, él estaba disfrutando aquel momento. Aquella victoria. Esa nueva seguridad.
Volvió a buscar mis labios con urgencia. No sé cuánto tiempo estuvimos besándonos, y no me importaba realmente. Toda, absolutamente toda mi atención se encontraba enfocada en él.
En él y sus labios, en él y sus manos ancladas a mis caderas, a él y su absurda manera de elevarme mucho más allá del cielo.



-Michael- murmuré un segundo después de que abandonara mis labios en busca de un poco de aire.-
-¿Si?
-¿Qué sucederá ahora con nosotros?- dije imponiendo una mínima fracción de espacio entre nuestros cuerpos para ser capaz de pronunciar unas cuantas palabras coherentes.- Quiero decir, ¿qué es lo que somos, o seremos?
-Seremos lo que tú quieras que seamos, Liz. Tal vez, si tú quieres podríamos ser algo más…-
-¡Sí, sí, sí!, ¡claro que quiero!
Y entonces le salté en cima. Me colgué de su cuello y rodeé su cintura con mis piernas.
Inmediatamente me estrechó en sus brazos para evitar que me diese un buen golpe en el suelo.  Su risa resonó a lo largo de la sala, mientras yo cubría su rostro de besitos.









Las horas avanzaron a una velocidad impresionante, como solía ser cuando estaba junto a él. Tumbados en la cama, riendo a carcajadas debido a sus malos chistes, los últimos días parecían ya muy lejanos. Decidimos, en un mutuo acuerdo, encerrar  todos esos desagradables recuerdos en el rincón más alejado de nuestras mentes.
Y ahí, recostada junto a él, en medio de aquel desastre de sabanas y almohadas, risas y besos, sentí cómo la felicidad había embargado mi vida de un momento a otro.
Me incorporé levemente para poder observarle mejor.

Si me hubiesen dicho tiempo atrás que me enamoraría como una tonta de Michael Jackson me habría partido de la risa. Porque sencillamente era una locura. No obstante, él se encontraba allí, sonriéndome de aquella manera divina mientras me contaba mil y un anécdotas que me había perdido.
Ahora cada parte del rompe cabezas encajaba. Me sentía plena y feliz.
¡Y qué fácil me pareció en ese instante imaginar un futuro junto a él!

-Definitivamente tienes que conocer a Rulf. ¡Hubieras visto cómo se deformó su rostro al escuchar que Randy había inundado la casa!, aunque claro, su enojo no duró mucho, porque el que terminó utilizando las escaleras como tobogán fue él.- dijo Michael, deteniéndose un momento para estudiarme con sus grandes ojos.-¿En qué estás pensando, pequeña?-

Como siempre no se le escapaba una.

-Escuchaba lo que decías, Mike.
-No es cierto. Dímelo, quiero saberlo.- insistió acercando su rostro un poco más al mío con curiosidad.- A veces me gustaría poder leerte el pensamiento, ¿sabes?, pero como aún no he desarrollado esa habilidad, quiero que me lo digas.
 -Estaba pensando en ti, Michael. Últimamente eres en lo único que pienso. Así que no debería sorprenderte demasiado.
-¿Y qué es exactamente lo que pensabas sobre mi?
-Pensaba en lo afortunada que soy de tenerte aquí, conmigo.
-Creo que puedo refutarte eso. El afortunado soy yo, Liz. Hace algunos meses me he estado sorprendiendo de la suerte que he tenido de pronto.-
Me recosté nuevamente ante su atenta mirada. Acomodó su peso y giró en su costado. Flectó un brazo y apoyó el mentón en la palma de su mano para observarme mejor. Sus ojos brillaron de pronto mientras escrutaba con atención mi rostro.

-Estoy tan feliz, pequeña. He esperado esto desde el primer día en que te conocí. Creerás que exagero, pero en cuanto me dirigiste la palabra en aquella escalera sentí cómo el mundo se desvanecía a mis pies. En el preciso segundo en el que te ofrecí mi mano y levantaste la mirada  supe que eras especial. Algo cambió en mi interior en cuanto tus ojos dorados se posaron en los míos.
Recuerdo que cuando echaste a andar escaleras abajo me quedé ahí plantando, como si me hubiesen tirado cemento en cima. Tú simplemente te habías ido, si más. Y yo no tenía cómo saber quien eras. Te observé hasta que te perdí de vista, sintiendo cómo el mundo había dejado de girar, al menos para mí. Y entonces en medio de todas esas entrevistas, mi mente barajaba un sinfín de alternativas para encontrarte. Te juro por Dios que habría sido capaz de contratar a alguien para averiguar sobre ti, o por lo menos tu nombre. Espero que escuchar esto no te haya asustado demasiado.- sonrió.
-¡Estoy aterrada!, después de todo no me equivocaba cuando te dije que eras un psicópata.- reí ante su expresión.- Es broma, tonto. ¿Cómo podría asustarme? Me parece lo más romántico que he escuchado. ¿Tenemos una buena historia que contar después, no?, pero quiero saber más.
-¿Qué quieres saber?
Medité un momento e intenté escoger una de las muchas preguntas que tenía en mente.
-¿Qué fue lo que te gustó de mi?
-Todo.- dijo con esa sonrisa de infarto. Puse los ojos en blanco.- ¡Es verdad!, estoy respondiendo a tu pregunta lo más sinceramente que puedo.
-Oh vamos, Michael, puedes hacerlo mejor.
-Me gustó todo, absolutamente todo de ti. Pero si quieres detalles te los daré.
-Te escucho.
-Creo que cuando me miraste en aquella escalera algo pasó. No sé cómo describirlo, pero se acerca bastante a cuando te quedas atrapado con la luz. Una vez que la observas te encandilas y es imposible borrarla de tu vista. Eso es exactamente lo que me sucedió contigo.- dijo mientras yo me deleitaba secretamente con el movimiento de sus labios.- Pero no alcancé a reaccionar como debería, pues tú te marchaste antes de que mi mente comenzara a trabajar otra vez. Y eso fue lo más extraño de todo. Tú sólo te fuiste. No gritaste, no entraste en shock ni nada por el estilo. Me diste las gracias y te marchaste. En un principio me preocupé al pensar que te podrías haber molestado por algo que pude haber hecho. Pero de pronto llegaste a la habitación y descarté la idea. Porque obviamente si te hubiese molestado no habrías sido así de encantadora.
Te plantaste ante mí con aquella sonrisa y me derretí. Entonces agradecí al cielo por haberte puesto en mi camino de nuevo. Aunque, a decir verdad, justo antes de que llegaras había trazado mi plan. Les pediría a los encargados del hotel que me dieran una copia de la cinta de seguridad, quienes obviamente me lo facilitarían. En ocasiones como esa, ser Michael Jackson tiene sus ventajas. Y bueno, después de eso no sería difícil averiguar quien eras con un buen investigador. –
Solté una carcajada de aquellas, y él se unió a las mías. No sabía que Michael trazara ese tipo de conspiraciones. Todo lo que me estaba diciendo me parecía tan increíble…
-Por otro lado, adoré la forma en la que te dirigías a mí y la manera que tenias para referirte a cada cosa. Me resultaste adorable, e inmediatamente sentí una clase de conexión contigo. No tengo palabras para describirlo, Liz.
-¿Y qué mas te gustó?- pregunté alzando una ceja.
-Bueno, nunca he sido una persona superficial, ya lo sabes, pero sería un mentiroso si te dijera que al verte no has provocado nada en mí. Recuerdo perfectamente que en cuanto despegué mis ojos del ventanal, te vi en medio de aquella habitación y la luz incidió en tu cabello. Y entonces me quedé helado por un segundo. ¡Tú estabas ahí!, ¡y santo cielo, no pude despegar mis ojos de tu rostro en toda la dichosa entrevista!, eras lo más hermoso que había visto en mi vida entera, Liz. Eres la mujer  más guapa que puede existir en la faz de la tierra.  ¡Dios mío!, ¡podría haber caído de rodillas a tus pies en ese mismo instante!, y sigo cayendo, Liz. Una y otra vez.-
Sus rizos acariciaron mi rostro y suspendió sus labios a un centímetro de los míos. ¿Por qué me hacía esto?
Me estaba convirtiendo en una adicta. Una completa adicta a sus labios. Y él no cooperaba mucho al respecto. En lugar de eso, lo hacia aún más tortuoso, pues se quedó allí, rosando mis labios, mientras su dulce aliento chocaba contra mi boca. Y sí, sabía perfectamente lo que él quería, y por supuesto, terminé por darle en el gusto. En un impulso arrebatado, levanté algunos centímetros mi cabeza y enganché su boca a la mía.
Tiré suavemente de su labio inferior, reteniéndole entre mis dientes un segundo. Pude percibir cómo un estremecimiento le recorría, pero no me detuve. Es más, aquello sólo sirvió para avivar aquel deseo que sentí de tenerle cerca. Y a él no pareció importarle en lo absoluto, pues tomó mi cintura y dejó descansar el peso de su cuerpo sobre el mío.
Enredé mis dedos entre su cabello y le atraje aún más. Le besé, le besé sin reservas, consiente de que esta no sería la última vez que sus labios serían completamente míos.
Ahora estábamos juntos, y yo era la chica más feliz del mundo.

Sus labios incansables, buscaron los míos con propiedad, moviéndose de manera sensual, increíblemente arrebatadora. Y en ese instante me pregunté de cuántas maneras posibles me podría besar Michael.
Cada uno de sus besos tenía un sabor distinto. Un matiz sublime e irreal. Pero siempre adictivos. Pues yo cada vez quería más.

Me había besado de manera tierna y lenta aquel día, en que nuestras bocas tuvieron el primer contacto real. La segunda, hace unas cuantas horas, tras aquel arrebato, sus labios me habían buscado de forma salvaje, casi violenta. Apasionada al extremo. Pero luego había vuelto a ser tan suave y dulce como la primera vez.

Luego habían venido mil y un besitos repentinos y provocadores que me habían dejado sin replica alguna.
Pero ahora, tumbados en la cama, mientras su cuerpo descansaba sobre el mío, sus labios jugaban de manera sensual, desconcertante, con un deseo explicito en su movimiento.

Y yo respondía a cada uno de ellos, muriendo de amor, sintiendo cada roce, cada suspiro como si la vida se me fuese en ello.

Una de sus manos acunó mi rostro, reteniéndolo, haciendo de mis labios la presa perfecta para su boca. En tanto la otra, bajó desde mi cintura hasta mis caderas, causando cientos de escalofríos en mi cuerpo, completamente dispuesto a sus órdenes. Sus dedos acariciaron mi piel de manera lenta, disfrutando de cada centímetro de mis caderas, mi vientre y mi cintura.

Estaba segura de que mi corazón no palpitaba de manera normal cada vez que él me besaba de esa forma. Cada latido chocaba contra mi pecho con más fuerza que el anterior, a un ritmo frenético, a tal punto que estaba segura de que él lo podía oír.

-Estoy loco por ti, Elizabeth.-susurró.
Entonces soltó un suspiro entre mis labios y los separó mínimamente de los míos.
-Michael- murmuré, sintiendo el rece de su boca.-debes dejar de hacerme esto.
-¿Hacer qué?
-Provocarme taquicardias cuando me besas.
Sus risitas chocaron contra mis labios, contagiándome con aquel sonido semejante a las campanillas. Sonreí a la par y abrí los ojos para encontrarme con los suyos, infinitamente atrayentes y magnéticos.
¿Algún día dejaría de parecerme así de perfecto?


-Michael, prométeme una cosa.
-Lo que quieras.
-Prométeme que si esto llega a fallar por alguna razón, si esto se acaba…-
-No digas eso, amor.- dijo deteniendo mis palabras.-Esto no acabará. Jamás.
-Michael, déjame terminar. Por favor.- entonces guardó silencio y asintió.- Si esto, alguna vez llega a acabar, prométeme que no te irás de mi vida. Prométeme al menos que seguiremos siendo amigos.-
-A pesar de que estoy completamente seguro de que eso nunca sucederá, te lo prometo. Te lo prometo aquí y ahora. No sería capaz de salir de tu vida, Liz. Nunca encontraría el valor para alejarme de ti. Porque te amo con toda el alma, Elizabeth Forwell.


Te amo.-













¡Comenta!






Capítulo 32





"Lo siento"







La vida entonces se me fue en un suspiro extasiado entre nuestros labios. Era dulce, tan dulce como lo había imaginado. Pero ni por asomo en mis fantasías me había acercado siquiera a una mínima idea de lo que significaría esto para mí.
Mi corazón estaba palpitando en mis labios. Cada latido resonando allí, donde encontré el abismo que significaba su boca. Y caí, caí en lo más profundo de este, sin ser consiente de lo que realmente estaba haciendo.
Un beso que significaba todo. Aquello que ahora habíamos dejado atrás y eso que nos deparaba el futuro, en el cual seguiríamos perdiendo y ganando una y otra vez.
Y entonces nuestros labios buscaron nuevos caminos en un sinfín de suspiros y temblores que pocas dudas dejaban a su paso.
Estábamos cayendo juntos en aquel abismo, y se sentía bien. Increíblemente bien.

Michael hundió sus dedos en mi cabello, aferrándose a mis risos ante la fuerza magnética que nuestros labios habían descubierto hace ya miles de segundos.
No supe cuánto tiempo llevábamos besándonos, pues perdí toda conciencia temporal.
Sólo el sonido de nuestros corazones repiqueteando uno contra el otro y las olas reventando a un paso de nuestras pieles acompañó al vaivén de sus labios en los míos, explorando nuevos rincones, descubriendo cada centímetro de mi boca mientras su respiración acelerada chocaba contra la cadencia frenética de la mía.
El mar mojó nuestros cuerpos entonces y abrí los ojos un instante. Y le observé mientras daba rienda suelta a cada uno de los deseos que mis labios habían contenido durante tanto tiempo.
Michael abrió los ojos, como si hubiese sentido mi escrutinio sobre sus párpados cerrados. Había fuego en su mirada, el cual quemó en mis venas.
Separó mínimamente sus labios de los míos, terminando con aquel beso, mientras sentía un leve cosquilleo en mis mejillas causado por el roce de sus risos en mi rostro. Y entonces su mirada recorrió mis facciones y terminó por clavarse  allí, en donde hace un segundo había descubierto cada uno de mis secretos.
Entonces, mordió su labio inferior, saboreando con su exquisita lengua cada resto de mis ansias impregnado en ellos, como si cada resquicio de mi esencia se tratase de la droga más adictiva que había probado jamás.
-Liz, yo…- susurró sin despegar sus ojos de mis labios.
Pero no terminó de hilar sus ideas. Y en menos de un respiro volvió a besarme.
Y yo sentí que volvía a caer.
Fundida en él nuevamente, disfruté de aquel aroma que ya había conocido cuando el sueño había nublado mi conciencia. Sí, yo ya había sentido, aunque en una mínima fracción, aquel aroma desquiciante y ese sabor dulce y adictivo.
Esta era la primera vez que yo tocaba sus labios con los míos, pero él ya lo había hecho antes.
Ahora estaba segura de ello.
Y ahí, mientras Michael aprisionaba mi rostro entre sus manos y sus labios se llenaban de cada uno de mis suspiros, entre las mariposas que invadían mi estómago y el temblor en mis manos al tocar su pecho desnudo, deseé haber podido alejarle de mí y gritar un decidido “no” para impedir que mi alma continuara evaporándose, escapando de su lugar, acomodándose en el punto preciso, siendo absorbida por él y su boca de caramelo.
Pero no pude hacer más que entregarme a ese amigo que ahora me parecía mucho, muchísimo más que eso.
Nos encontrábamos en el punto más peligroso. El que estaba más allá del límite.
Lo que por tanto tiempo había evitado ahora se me escapaba de las manos y yo no quería hacer absolutamente nada por remediarlo, porque estar atada a Michael me parecía maravilloso.

Y el silencio del mar susurrando mil te quieros inaudibles que se podían palpar en el aire.
Y el placer de saber que en aquel instante sus labios eran míos, completamente míos. Ahí, cuando la noche ya caía sobre nosotros y la luna era nuestra única testigo, Michael había rasgado mi alma, quedándose en el acto con ella.

La manera en que me besaba era completamente extravagante, aún más que eso. Era demencial. Y yo estaba perdiendo el juicio, mientras mis dedos tejían cientos de figuras en su piel desnuda, aferrando mis manos a su torso descubierto.
Había encontrado mi talón de Aquiles. Él era mi punto débil en todas las formas posibles.

Le sentí temblar un segundo infinito bajo mis manos. Suspiró de pronto y su aroma llenó cada recóndito espacio de mi mente, aumentando la sensación de que todo daba vueltas a mi alrededor. Y entonces mordió mi labio inferior y tiró de él suavemente.
Me estremecí.

Despegó sus labios de los míos y se alejó unos cuantos centímetros de mi rostro, dejando suspendido en el aire cientos de caricias y un par de besos.
Inhalé profundamente, como si no hubiese respirado durante todo aquello, mientras el mundo comenzaba a girar más despacio para mí.
Observé sus ojos y me dedicó la sonrisa más bella que había podido ver en su rostro.
-Deberíamos vestirnos, ya está anocheciendo.- dijo poniéndose de pie.- Venga, te llevo a casa.
Extendió su mano y me ayudó a levantarme. Y gracias al cielo que lo hizo, porque en cuanto me paré, sentí como el mundo volvía a girar a una velocidad vertiginosa.
¿Qué me había sucedido?, ¿qué era lo que Michael había hecho conmigo?
Solté una risita divertida, la cual le contagió también a él, quien se unió a mí.
Recogimos las prendas de vestir que se encontraban esparcidas en la arena y nos vestimos entre sonrisas.


La noche ya había caído sobre nuestros hombros cuando emprendimos el camino a casa.
Michael me contó un millón de historias sobre él y su familia, mostrándome un trocito de su vida. Luego, cuando las luces de la ciudad comenzaban a aparecer, decidió que ya era suficiente de historias sobre los Jackson y me acribilló con preguntas de todo tipo acerca de mi vida, aunque ya casi lo sabía todo, siempre encontraba más y más cosas sobre las cuales me veía obligada a iniciar una explicación con lujo de detalles.
Aunque claro, la mayor parte del tiempo tuve que hacer un esfuerzo por enfocarme en la conversación, pues ciertos recuerdos venían a mi mente una y otra vez.
Michael me había besado y yo aún no lo podía creer.
-¿Estarás ahí mañana?- preguntó cuando ya estábamos en el portal de mi edificio, uno frente al otro.
-Claro que sí. Es un día muy importante para ti, no me lo perdería por nada.
En aquel instante podría habérmelo comido a besos, pero me contuve. No quería que se diera cuenta de lo loca que estaba por él, al menos no tan pronto.

Michael lucía radiante. Tal vez como nunca antes le había visto. Y es que no había parado de sonreír durante todo el camino y ahora que estaba frente a mí, con aquella esplendida sonrisa y esos ojos perforando los míos con ese brillo diamantino, me parecía aún más irresistible.
-¿Quieres pasar?- dije si más. No me apetecía ni en lo más mínimo separarme de él, aunque fuese sólo una noche.
-Creo que esta noche no, Liz. Debemos darles espacio a tus amigas. Lo último que desearía ahora es que terminen por aburrirse de mí, ya que pretendo pasarme por aquí bastante seguido, ¿sabes?
-¿A sí?
-Ajá, muy seguido, a decir verdad. Si tú quieres, claro.
-¿Y que sucedería si no quisiera, Michael?
-Pues, pondrías las cosas más difíciles y tendría que idear alguna clase de plan para infiltrarme en tu departamento.-dijo seriamente, encogiéndose de hombros. Reí ante su expresión. Hablaba como si realmente estuviese yendo en serio con lo que decía.
-Claro que quiero, tonto. Pero ahora será mejor que te vayas. Debes descansar, tienes un día agotador por delante.
-Entonces, mañana nos vemos.
-Ahí estaré.
Su expresión cambio en ese instante. Y yo conocía bien lo que significaba.
Michael, sonriente, mordió su labio inferior. Un gesto de indecisión y ansiedad, que en la mayoría de los casos se volvía peligroso para mí.
Entonces acercó su rostro y sus labios se posaron en los míos durante un segundo fugaz.
-Hasta mañana.
Y tras dedicarme aquella sonrisa de infarto, se marchó. Mientras yo, me quedaba plantada en el asfalto.




-¿Y dónde te ha llevado?
-A la playa.
-¿Y no se lo han comido vivo?
-No.- dije entre risas. Lo mismo había pensado yo al ver el mar.- El lugar estaba desierto, era una playa desconocida, por eso me ha llevado ahí.
-Osea que no quería a nadie cerca para, ya sabes, cosas sucias.- dijo Anne con su característico tono socarrón, ante las risas de Elena.- ¡Ahora lo entiendo todo!, ¡la que se lo ha comido eres tú!-
Risas nuevamente. Pero esta vez mis carcajadas tuvieron algo de culpabilidad. Anne no se equivocaba del todo.
-Oh no…-murmuró Elena mientras el escándalo que teníamos armado cesaba.- No me digas que entre tú y Michael…-
-¡No!, ya les he dicho que él no es de ese tipo de hombres.
-¿Y entonces por qué te has puesto así?, ¿por qué tienes esa cara de culpa?
-Tengo algo que contarles.
-¡Lo sabia!, ¡ya suéltalo!
-Estábamos viendo la puesta de sol…
-¿Y?
-Y Michael me besó.

Silencio. Paseé mis ojos de izquierda a derecha, de derecha a izquierda y otra vez lo mismo.
Perplejas, ambas abrieron la boca hasta el suelo.
-¿Te besó?- preguntó Elena con una pequeña sonrisa formándose en su rostro.
-Es lo que he dicho. Sí, me besó. ¡Me besó, me besó, me besó!
-¡Lo sabía!

En menos de un segundo nos encontrábamos ya saltando por todo el salón. Me sentí como si hubiésemos vuelto en el tiempo años atrás, cuando aún éramos unas adolecentes.
Si algo disfrutaba era la facilidad con que ese par de chicas hacía de mi vida un festival de risas. Ellas tenían la habilidad de quitarle el hierro hasta a la conversación más afilada y desagradable. O hacerla afilada y desagradable.
-Entonces, ¿ya son novios?-
-No, Anne, vamos paso a paso, no quiero arruinar esto, ni presionarle.
-Bueno, al menos te ha hecho una de esas confesiones, tipo “eres el amor de mi vida”, ¿verdad?- rió Anne.
-Tampoco. Sin confesiones.
-¿Ninguna?
-No, ninguna.
-¿Ni siquiera un “te amo”?
-No, Anne, ninguna. Ya te lo he dicho.

Silencio. ¿Por qué tenían que ser tan aguafiestas?

-Pero, ¿estás segura?- preguntó Elena, cuando ya las tres habíamos caído rendidas al sofá.- Quiero decir, ¿estás segura de lo que sientes por él…y de lo que él siente por ti?-
-Estoy segura de que le quiero y de que él siente lo mismo por mí.-
Silencio otra vez. Estaba comenzando a odiarlas. Me habían reventado la burbuja en la que me encontraba.
-¿Tienes la seguridad de querer hacer esto?
-No. Sólo sé que estoy loca por él. ¿Qué más puedo hacer?
-Pero lo mismo has dicho hace un año. Cuando tus ojos brillaban por David. Y ya sabes como ha terminado todo.

Ups. Golpe bajo.
David, aquel guapísimo chico español de cabello castaño y ojos de un cautivante verde esmeralda. Sí, le recordaba bien, aunque mi sucia conciencia me mataba al evocar su imagen.
Y sí, Elena tenía razón.
Cuando conocí a David me había rendido a sus píes. Le había querido desde el principio.
Pero con el tiempo, caí en la cuenta de que sólo sentía eso. Cariño y nada más.
Me había desilusionado, pues con el correr de los meses mi cuerpo ya no vibraba como en un principio ante su tacto. Y sus chistes ya no me parecían tan divertidos.
Pero llegué a esa conclusión demasiado tarde, y él salió herido.
Le herí más que a nadie en el mundo. Y ahora, cada vez que le recordaba, una punzada de dolor se clavaba en mi pecho.





Las horas pasaron y yo seguía ahí, tumbada en la cama, revolviéndome en ella, mientras el sueño no era capaz de callar mis pensamientos.
¿Y qué pasaba si yo lo hacía de nuevo?, si lo que ahora sentía por Michael no era más que una ilusión, sabía que le heriría.
No podría soportar verle sufrir. No podía permitir que él sufriera, no por mí.
Le quería demasiado como para hacerle daño, fuese de la forma que fuese.

Cerré los ojos con fuerza, mientras una idea se fijaba en mi mente.






La prensa ya se encontraba apostada en el gran salón. Más de la que había visto nunca.
Gigantografías, afiches, carteles, cuadros. La imagen de Michael impresa por doquier.
Frente a un largo mesón, en el que ya habían instalado micrófonos, se encontraban los asientos para la prensa.
Me senté en uno de ellos y esperé algunos minutos. Eric se encontraba en la parte de atrás, con Michael, para tomarle algunas fotografías, que acompañarían al reportaje especial sobre el lanzamiento del disco.

-¡Hola!- escuché de pronto a mis espaldas. Volteé mi rostro y le vi.
-¿Cómo has estado?, es un gran día.- sonreí.
-Para serte sincera, con los nervios de punta.
Karen se sentó a mi lado, con aquel alegre semblante, tan característico en ella.
-Y tú linda, ¿qué tal has estado?
-Bien, gracias Karen. ¿Has visto a Michael?, ¿cómo está?
-Un poco nervioso, ya sabes, lo normal. Pero para serte franca, esta mañana ha estado radiante. No sé que le habrá sucedido, pero de seguro ha sido muy bueno. No ha parado de sonreír.-

Algo me decía que yo sabía muy bien el motivo de su buen estado de ánimo, ya que estaba directamente involucrada en ello.
No pude evitar recordar lo que había sucedido el día anterior. Mi corazón repiqueteó en mi pecho con tan sólo rememorar ciertas escenas.
-¡Ahí está!- dijo Karen de pronto.

Y allí estaba, vestido de un impecable negro, mientras su chaqueta resplandecía, destellando sutilmente a contraluz.
Subió a la tarima, tomó asiento y los flashes comenzaron a incidir directamente en él.
A pesar de que aquellas gafas oscuras cubrían sus ojos lo supe.
 Él me había visto y mantenía sus ojos fijos en mí. Lo pude sentir hasta en la última fibra de mi cuerpo.
Saqué mi pequeño block de notas y mi trabajo comenzó.

Luego de hacer la presentación de su nuevo trabajo discográfico, “Bad”, contestó un millón de preguntas y suspiró cientos de veces ante aquellas que no venían a lugar.
La música llenó la estancia, y una melodía rítmica y suave fue la primera canción que dió a conocer. “The way you make me feel”.
Le siguieron una serie de temas increíbles, ¿mi favorito?, “Man in the mirror”.
Finalmente, todo concluyó de la mejor manera.

Cientos de reporteros se pusieron de pie deslumbrados por aquellos nuevos éxitos.
Y mi plan, debía comenzar. Aunque no quisiera hacerlo.

Como suponía, Michael me buscó en cuanto el lugar comenzó a vaciarse.
Y ahí estaba él, con aquella sonrisa que me hacia temblar, esperando alguna reacción de mi parte.
Avancé hacia donde se encontraba. Se sacó al instante las gafas y me miró de aquella manera especial, como si yo fuese su centro de atracción.
-Hola, Michael.- dije deteniéndome a unos tres pasos de distancia.
-Hola Liz, ¿qué te ha parecido el disco?, ¿te gusta?
-Sinceramente, me encanta. Te felicito, definitivamente es lo mejor que he escuchado en mucho tiempo.
-Gracias, pequeña.-
Y entonces supe que esto sería difícil, muy difícil.
Dio un paso más en mi dirección. Retrocedí sutilmente.
-Me encantaría que te quedaras, habrá una recepción y luego podríamos…-
-Michael, no creo que pueda. Tengo que avanzar con esto. Es para mañana, ya sebes. Quizás otro día. – Dije alejándome de él, antes de que me fuese imposible hacerlo.- Nos vemos luego, ¿está bien?

Y entonces di media vuelta y eché a andar hacia la salida. Le dejé ahí, en medio de la estancia vacía, perplejo. Completamente desconcertado.
Sabía que no lo entendería ahora, pero luego me lo agradecería.
Esto era lo mejor para él.




Después de eso no supe nada más de Michael.
Decidí encerrarme en mi apartamento y no contestar sus llamadas.
Todo esto era cruel y mezquino, pero Dios era consiente de que lo estaba haciendo exactamente porque le quería, le quería demasiado.  





El día pasó, sin mayores sobresaltos, excepto el constante sonido del teléfono, que no había parado de sonar en toda la tarde.

Creo que lloré. Lloré más de lo que había llorado hace mucho tiempo. Desde aquella vez, hace tantos años en que también había perdido una parte de mi corazón.
Pero lo mejor era terminar ahora con todo esto, ya que luego, cuando las cosas se complicaran aún más, sería demasiado tarde.

Cancelé la entrevista que debía hacerle a Michael al día siguiente, excusándome debido a un supuesto resfriado que me mantenía en cama. George me había creído y sería cualquier otro reportero quien me remplazara.

Se había terminado.











Recargué mi cuerpo contra el marco de mi ventana.
La noche estaba iluminada por una sutil luminosidad plateada, bañando mi oscura habitación con destellos de luna.
Solté un largo suspiro, mientras mis ojos buscaban respuestas inexistentes en el cielo.
Cientos de estrellas titilaban en lo más alto, incluso más allá de donde mis ojos podían vislumbrar.
Pero de pronto mi mente fue absorbida por un par de ojos marrones.
Sus ojos marrones.
Y entonces nuevamente la congoja me embargó, atrayendo hasta mí los fantasmas que había querido ignorar.
¿Qué había pasado en mi vida?, ¿en qué momento había perdido el control de esta manera?
Cerré los ojos con fuerza, deseando que todo fuese mucho más fácil. Rodeé mi propia cintura con mis brazos, intentando sofocar en vano aquel sentimiento de angustia que se había apoderado de mi pecho.
Había llegado el momento de tomar decisiones. De dejar de actuar de aquella manera irracional, imprudente y nada conveniente para ninguno de los dos.
Sí. Debía hacerlo.
Por él y por mí.
Hace ya dos días que no le veía, ni escuchaba su voz. Y habían sido una completa tortura.
¿Pero hasta qué punto habíamos dejado llegar las cosas?
Abrí mis ojos lentamente, volviendo a posar mi vista en el cielo.
¿Qué era lo que realmente sentía por Michael?,
¿Cariño?
 Hasta más no poder. 
¿Atracción?
Sí, definitivamente.
¿Amor?

¿Era eso acaso lo que ocurría ahí, en lo más profundo de mí ser?
Nunca antes nadie, ni por asomo me había hecho sentir lo mismo que él.
Y entonces sentí miedo, miedo al encontrar la respuesta, al poseer la certeza de que estaba irremediablemente enamorada de él.

Michael.
Una estrella brillo más que ninguna otra en lo más alto del cielo.
Amor. Y aquella simple palabra flotó en el aire, suspendida, evaporándose con cada respiración.
La explicación a todo lo que ahí dentro, en lo más profundo de mi corazón sucedía cada vez que su imagen llenaba mis pensamientos.
Mi vista recorrió la calle, los coches avanzando entre la oscuridad de la noche y a las pocas figuras que se movían entre la penumbra. Pero de pronto, un automóvil negro aparcado en frente captó mi atención.
Alguien abrió una de las puertas traseras y caminó hacia el edificio. Mi edificio.
Y entonces caí en la cuenta.
Era Michael.
Michael estaba aquí.

Y mi corazón casi se sale de mi pecho.
Pasaron algunos segundos eternos, hasta que unos nudillos golpearon la puerta.
Demonios, estaba tan nerviosa que no supe qué hacer. Me quedé ahí, en la sala, en frente a la puerta absolutamente congelada.
Estaba sola y no sabía qué hacer.

Volvieron a llamar a la puerta, esta vez el sonido fue más fuerte y rápido.
Y otra vez golpearon, y otra… y otra.
Abrí la puerta y me encontré de lleno con su figura allí, frente a mí.
-¿Podemos hablar?-

Su semblante lucía sombrío. La sonrisa que yo tanto añoraba había desaparecido por completo.
-Claro,- dije casi en un susurro.- pasa.

Cerré la puerta a mis espaldas y avancé unos cuantos pasos hacia él.
-¿Qué es lo que está pasando, Liz?- inquirió, aniquilándome con la mirada. Vislumbré mil reproches en ella. Y tenía todo el derecho de hacerlo.
-¿A qué te refieres, Michael?
-Oh, por favor. Sabes bien de lo que te estoy hablando.
-No, no lo sé.- mentí.
Soltó un bufido lleno de ironía.
-Has desaparecido por completo, no contestas mis llamadas,  ni me has dado ninguna señal de vida, ¿y ahora me preguntas a qué me refiero?
Y entonces callé. No tenía nada que decir, ni con qué defenderme.
-¿Qué estás haciendo, Elizabeth?, ¿estás terminando con esto, así?- dijo esperando una respuesta de mi parte, pero ni una sola palabra salió de mis labios.-¡Contéstame!, ¿quieres alejarte de mí, sin más?, ¿sin una explicación ni despedida?

Me quedé ahí, sin ser capaz de responder a ninguna de sus preguntas, que más que eso sonaban a reproches.
Su voz se había vuelto afilada, rencorosa. Y yo estaba muriendo por dentro.
-Es muy fácil para ti. ¿No?
-Estás equivocado, Michael.- dije al fin.- No puedes entenderlo ahora, pero lo harás después, e incluso me lo agradecerás, te lo aseguro. Yo no soy la mujer correcta para ti. Mereces a alguien mejor.

Empuñó ambas manos, derrotado. Bajó la mirada y escondió su rostro por un instante.
Ya no podía soportar verle así, me estaba  haciendo trizas.
-Eres una egoísta.-dijo, clavando sus ojos en los míos nuevamente.- Una completa egoísta, Elizabeth. Y una cobarde. Quizás, tengas razón y esto no sea más que un error. Es más, creo que desde el principio, todo esto no fue nada más que un error.

Y sin más, avanzó hasta la puerta, dejándome ahí, en medio de la sala, sintiendo que moría.
Y entonces no me pude contener. Escuché la puerta cerrarse a mis espaldas y las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro. Un sollozo salió desde lo más profundo de mi pecho. Y lloré, lloré como nunca lo había hecho.
Cubrí mi rostro con ambas manos. Me sentía terriblemente.
 Lo merecía. Le había perdido, para siempre.


Pero de pronto unos brazos se cerraron a mi alrededor y alguien me estrechó contra su pecho.
-Lo siento, lo siento, lo siento pequeña. No quise decir eso, no debí haberte dicho esa cantidad de estupideces. Lo siento.-
Michael.
Michael estrechándome entre sus brazos.
Me aferré a su pecho y lloré sin poder contener el dolor que sus palabras habían causado en mí.
Besó mi frente, mi cabello, mis manos, una y otra vez.

Retiró mis manos, descubriendo mi rostro empapado.
-Campanita, lo siento, perdóname, por favor. Te lo ruego.- imploró observándome, sin dejar de estrecharme con fuerza.- No llores, Liz, por favor no llores, cariño. -
Sus labios recorrieron mis mejillas, secando con ellos mis lágrimas.
-Seré lo que tú quieras que sea. Pero por favor, no te alejes de mí, Liz.-
Poco a poco mi llanto cesó. Y el miedo y la alarma en su rostro aminoraron con ello.
-Por qué, Liz, ¿por qué huyes de mí, a qué le temes?
-Te temo a ti, Michael. A ti y a mí.- fui capaz de decir al fin.
-¿Por qué?
-¿Quieres saber por qué?, ¿realmente lo quieres?- pregunté observándole directamente a los ojos. Y entonces él asintió.- Porque te amo, Michael. Te amo.-









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