53 años de magia



Sin dudas, hoy es un día especial. 
Porque desde el 29 de agosto de 1958 una estrella brilló, brilló hasta lo inverosímil deslumbrando con su esplendor mucho más allá de lo imaginable. 
Michael Jackson nació para remecer nuestras vidas con su talento, con su genialidad y pureza de corazón, dándonos la oportunidad de mirar la vida desde una nueva perspectiva. 
Llenó nuestros instantes de magia, encandilando nuestros ojos con la luz que su alma despedía.    


Y aquel 29 de agosto, la luna le sonrió al sol, previendo desde ese momento lo que aquel niño significaría para tantas personas. Ya que Michael Jackson no sólo significó para el mundo de la música ser el  más grandioso artista que ha existido. 
Michael Jackson significó mucho más que eso. 
Con un alma limpia y sincera, marcó la diferencia. 
Siempre dispuesto a ofrecer ayuda al que la necesitara, abriéndole su corazón sin reservas a quien así lo quisiera. 
Aquel filantropo y humanitario que nos regaló la ilusión para seguir adelante, para mantener esperanzas en un mundo cada vez más egoísta y sombrío. 
Esa es toda la realidad, toda la verdad.


Gracias por llenar nuestros corazones de magia e intentar cambiar el mundo con amor.
Love lives for ever.
Feliz cumpleaños, Michael. 







Capítulo 24









El tiempo se detuvo, dejándonos atrapados dentro de aquella dimensión que habíamos construido sólo para nosotros dos.
Michael y yo.
Sólo él y yo.
Y de pronto sentí unas ganas irrefrenables de hacerle participe de mi mundo.
 Quería que Michael entrara en mi universo, mostrárselo por entero, sin reserva alguna.
Aquel sentimiento crecía cada vez más, al tiempo en que su melodiosa voz llenaba de magia a aquel lugar.

-Out On The Floor There Ain't Nobody There But Us Girl, When You Dance There's A Magic That Must Be Love Just Take It Slow, 'Cause We Got So Far To Go When You Feel That Heat And We're Gonna Ride The Boogie Share That Beat Of Love...- susurraba Michael, observando mis ojos en todo momento, haciéndome sentir que él estaba ahí conmigo, segundo a segundo, mucho más cerca de lo que yo misma podia imaginar.
Aquella conexión que nos unía parecía cada vez más fuerte.
Algo inexplicable me ataba a él.

Una suave brizna revolvió mi cabello, con lo que mi frente quedó cubierta de rizos.
Michael dejó de cantar y apartó cariñosamente aquel mechón de mi frente.
-¿Qué quieres hacer ahora, pequeña?, esta noche tú decidirás. Estoy completamente a tu disposición. - dijo Michel de pronto, taladrándome con la mirada, mostrándome aquella sonrisa torcida, descaradamente atractiva. Medité algunos segundos, intentando decidir si aquel lugar que venía a mi mente sería el más apropiado, pero ¿por qué no?, Michael y yo éramos amigos, y como amigos no tenia nada de malo hacerle aquella invitación.

-¿Quieres cenar esta noche conmigo, Mike?- dije observándole.
Una inmensa sonrisa se extendió por su rostro. ¿Cuándo iba a dejar de deslumbrarme su maravillosa e irresistible sonrisa?
-Claro que quiero cenar contigo, Liz. ¿Dónde deseas ir?, te llevaré al mejor restaurante de la ciudad, te encantará...-
-Mike- le interrumpí, llevando uno de mis dedos hacia sus labios.- ¿No habías dicho que esta noche decidiría yo?- reí.
Se unió a mis risitas, besando suavemente mi dedo índice.
-Lo siento, a veces el entusiasmo me sobrepasa, campanita.- se disculpó, exhibiendo una tímida sonrisa.- Entonces, ¿a donde me llevarás?
-A mi casa.-
Sus ojos brillaron al escuchar aquello.
-¡Me parece perfecto!- dijo tomando mi mano, comenzando a caminar.- No podemos perder un sólo segundo, estoy ansioso por descubrir que tan bien cocinas. Tengo un paladar muy exigente, te lo advierto.
Para ese momento, ya habíamos emprendido el camino hacia un automóvil negro, el único que había aparcado en las inmediaciones, sin contar los enormes coches del equipo de producción. Pero la verdad, es que más que caminar, aquello era una verdadera maratón.
Intenté mantener el ritmo de mis pasos, pero Michael lo hacía bastante difícil, ya que a duras penas conseguí igualar las grandes zancadas del chico que, por poco, me arrastraba por el lugar.
Entonces comprendí, que la paciencia no era su mayor cualidad.


Cuando estuvimos al interior de aquel coche- que supuse era de Michael- y él enganchó la llave en el contacto para arrancar, una duda comenzó a rondar por mi mente.
-Michael, un momento.- le dije, impidiéndole arrancar.
-¿Qué pasa, Liz?
-Tú...sabes conducir, ¿no?
El tono de mi voz delató la preocupación que me había embargado. ¿Michael había conducido alguna vez en su vida?
La idea no me pareció para nada absurda, ya que era evidente que no tenía la necesidad de hacerlo por sí mismo.
Y entonces sonrió. Pero aquella sonrisa estaba lejos de tranquilizarme, es más, aumentó mi desconfianza.
-¡Claro campanita!, ¿no confías en mi?- preguntó observándome de la manera más encantadora, mostrándome una expresión conmovedora e inocente.
-Por supuesto que confió en ti, pero...-
-Pero nada. Relájate pequeña, déjamelo a mí.
Y entonces silenció mis palabras depositando un tierno beso en mi mejilla, lo que obviamente me dejó helada, completamente incapacitada para refutarle algo.

Pero luego de unos cinco minutos, confirmé mis sospechas.
Michael conducía como un loco. Lo supe desde el mismo momento en que el coche se puso en movimiento abruptamente.
Y sí, aquella noche descubrí lo que era el verdadero temor a morir estampada contra algún otro coche.



-¿Qué tal el viaje?- preguntó Michael, abriéndome la puerta del copiloto.
-Terrorífico, la verdad.
Michael estalló en risas, mientras mi pálido rostro confirmaba que mis palabras eran ciertas.
Le fulminé con la mirada, pero esto sólo avivó su ataque de risa, ignorando mi momentáneo enojo.
Tomó mi mano y entramos al edificio.

Cuando ingresamos al apartamento, Michael aun se partía de la risa.
-No veo qué es lo que te causa tanta gracia.- le acusé cerrando la puerta a mis espaldas, mientras Michael se tumbaba en el sofá.
-Oh vamos pequeña, ha sido el viaje más divertido de mi vida.
-¿Ah si?, pues no opino lo mismo. De hecho, eres el peor conductor que he conocido en mi vida entera, Michael Jackson.
Rió aun más, lo que comenzaba a aumentar mi disgusto.
Me dirigí hacia la cocina, intentando contener aquel sermón sobre responsabilidad que, seguramente, le soltaría en menos de cinco segundos.
Pero en cuanto me apoyé en la encimera, sentí como Michael rodeaba mi cintura.
-Oh vamos, Liz, sabes que no ha sido tan malo.-susurró.
-No, no ha sido tan malo, tienes razón. Fue terrible. No sabes el susto que me has hecho pasar. Deberías conducir con mayor precaución, Michael. ¿Qué hubiera pasado si...?-
-Nada, no paso nada. Estamos aquí, tú y yo.
Entonces Michael hizo que me girara, para así quedar frente a él.
-Prometo que la próxima vez conduciré mejor, ¿esta bien?-
-Ajá.- dije sin saber realmente por qué asentía.
¿Era mi impresión, o Michael estaba haciendo algo con mi concentración?
-¿Me perdonas, pequeña?
-Sí.- susurré.
La verdad es que en ese momento podría haber dicho que sí a cualquier cosa que me hubiera pedido con aquella voz tan... persuasiva.
De un momento a otro la claridad de mis ideas se esfumó por completo.
Michael se encontraba peligrosamente cerca de mí. Apoyó sus manos en la encimera, por lo que sus brazos literalmente me encerraron. ¿Por qué no me hacia las cosas un poco más fáciles y se comportaba como un simple amigo, manteniéndose a una distancia segura?
-Pensé que hoy conocería a tus amigas.- dijo con aquella sonrisa irresistiblemente encantadora.-
-Quizás las conozcas, Michael.
-¿No están en casa?
-No, sólo estamos tú y yo.-
¿Acaso podía llegar a estar más nerviosa?
Necesitaba desesperadamente alejarme de Michael. Realmente lo que me preocupaba no era la escasa distancia que nos separaba, sino lo que yo podía llegar a hacer teniéndole así.
Hice un esfuerzo titánico por despegar mis ojos de los suyos, a pesar de lo difícil que esto me resultaba.
-¿No tienes hambre?, yo muero por comer algo.- le dije alejando mi rostro del suyo, recargándome aun más sobre la encimera.
-La verdad es que la comida podría esperar un momento, ¿no te parece?-
Michael se empeñó en complicarme más las cosas. A pesar de que yo, evidentemente me había alejado de su cuerpo, él volvió a acercarse al mío.
-Pues no. Tengo muchísimo apetito.- dije mientras alcanzaba una cacerola con mi mano derecha, interponiéndola ente él y yo, lo cual le obligó a distanciarse de mí.
Me volteé soltando el aire que había contenido en mis pulmones.

Mordí mi labio inferior, mientras llenaba la cazuela de agua. Percibí como Michael se acomodaba a mi lado, esta vez recostándose él sobre la encimera.
-¿Qué me cocinaras, oh gran chef?-
Le observé un momento, en busca de algún signo de enojo. Pero no encontré nada de eso, al contrario, parecía de muy buen humor. Es más, sonreía bastante divertido por algo.
-¿Y a ti, qué te divierte tanto?- pregunté frunciendo el entrecejo.
-Tú.
-¿Yo?, ¿qué es lo que te causa tanta gracia?
-Tu manera de evitar las cosas.- dijo sonriendo aún más.
Y decidí dejar hasta ahí el tema. No pregunté nada más, porque temía que pudiera decirme unas cuantas verdades, ya que sabía perfectamente a qué se refería.
Michael soltó una risita burlona.
-Pues deberías saber que no me gusta nada que se rían de mi, eh.- dije lanzándole gotitas de agua con la punta de mis dedos.
-¡Ey!- dijo cubriendose exageradamente.
-Reírse de mí tiene sus consecuencias.- Seguí tirándole agua en pequeñas cantidades, mojándole el rostro.- ¿Quién es el gracioso ahora?- reí.
-¡Esto es completamente injusto!, ¡estás en ventaja!- gritó partido de la risa.- ¡Me vengaré de ti, Liz!, ¡lo juro!
Y cuando decidí que ya era suficiente y que había aprendido la lección, me concentré en hacer la cena.
-Espero que te gusten los espaguetis.
-Me encantan.
-Bien.-
-Bien.-
Soltamos a reír.
-Fingir que estamos molestos no nos viene nada bien, ¿verdad?- dijo Michael.
-Creo que no. Desenfadémonos.- reí.
Me dispuse a sazonar la comida, pero Michael me detuvo.
-Yo cocinaré esta noche.
-¿Tú?- pregunté extrañada.
-Sí, yo.- dijo recalcando las palabras.- ¿Tú también piensas que por ser “Michael Jackson” no se cocinar?
-Pues, bueno...tienes que admitir que suena algo raro.
-No veo el por qué. Soy un chico normal, y puedo hacer lo que los chicos normales hacen.- dijo comenzando a cocinar.
Comprendí que la idea de no ser percibido como alguien normal le molestaba mucho, así que sólo asentí. Después de todo, él tenía razón, a pesar de que verle haciendo algo tan trivial me parecía, por lo bajo, desconcertante.
Sonreí ante la imagen que se me presentaba.
Michael Jackson cocinando para mí.




-No es que desconfíe de tus habilidades culinarias, pero si esto no esta bueno tendrás que pagar por ello, que lo tengas claro.- le amenacé observando el plato de spaghetti que tenia en frente.
 -Muy chistoso, señorita. Ya verás cómo terminarás por rogarme que te cocine de nuevo.

Y sí, cuando probé aquellos spaghettis me tragué todas mis palabras. Estaba buenísimo.
¿Dónde había aprendido a cocinar así?
 -¿Y bien?
-No está mal.
Michael rió.
-Eres imposible. ¡Reconoce que te han encantado!- dijo señalándome con su dedo índice.
-Esta bien, me han encantado, Michael. Son los mejores spaghettis que he probado. Te felicito.
-Oh, gracias, gracias. No es para tanto.- rió, fingiendo arrogancia.
Una vez más estallé en risas debido a lo payaso que Michael era.
Pero de pronto, algo impacto contra mi cabello.
Llevé una mano hacia mi cabeza para averiguar de qué se trataba.
Como sospechaba. Un spaghetti.
Inmediatamente le dirigí una mirada acusadora a Michael.
-Tengo derecho a vengarme, además te has reído de mí.
Pero no tardé en reaccionar, no le daría tiempo alguno.
 No había tregua posible.
La diferencia entre su ataque y el mío recaía en que yo tomé un puñado de tallarines sin pensármelo dos veces, y naturalmente, se los lancé a la cara. Aquel movimiento de mi parte desató la guerra.
Sabía que Michael en menos de un segundo me arrojaría cuanta comida tuviera por delante, por lo que corrí en dirección opuesta con el plato en las manos.
Pero para mi sorpresa, antes de llegar al otro extremo, él ya se encontraba ahí.
Antes de que pudiera reaccionar, cientos de spaghettis se estamparon contra mi cuerpo, no obstante, como pude le lancé el resto de la comida que tenia entre mis manos.

Un ataque de risa me embargó nuevamente, y él me atrapó.
Tomó mi cintura, inmovilizándome, mientras vertía todo el contenido de su plato sobre mi cabeza.
Ahora era él quien se doblaba de la risa, burlándose de mi desgracia, pero la verdad es que él no estaba mucho mejor que yo.

-¡Elizabeth!- escuchamos de pronto.
Michael soltó mi cintura, sobresaltado ante aquella interrupción. Dirigimos nuestras miradas hacia la puerta.
Elena y Anne habían llegado a casa.
-Hola, chicas.- dije aún riendo.
-Hola.- dijeron ambas a la vez, mientras sus ojos iban y venían desde Michael a mí y volvían otra vez a Michael. Anne carraspeó dramáticamente, observándome.
-Oh,- dije cayendo en la cuenta.-lo siento. Chicas, el es Michael...bueno, creo que ya saben quien es.- reí nuevamente, esta vez, cambiando el rumbo de mi mirada, para observarle a él.- Michael, ellas son Anne y Elena.

Su sonrisa deslumbró nuevamente, pero esta vez no sólo a mí, ya que las expresiones de mis amigas lo decían todo.
-Es un verdadero gusto conocerlas.- dijo Michael con aquella voz suave y dulce.
¿Por qué las chicas tenían aquella cara de bobas? Esta vez, la que se vio obligada a carraspear fui yo.
-¡Bueno, pues al fin te conocemos!- dijo Anne, con aquel tono socarrón tan característico en ella.- No sabes cuanto nos han hablado de ti últimamente.-
Mis mejillas se encendieron levemente cuando Michael clavó sus ojos en mí, mientras yo intentaba no mirarle.
Esta vez si que mataría a Anne. En cuanto Michael cruzara esa puerta me escucharía.
Dirigí una mirada reprochadora a mi tan oportuna amiga. Que bocota tan grande tenía.
-¿Qué es lo que ha pasado aquí?- dijo Elena de pronto observando cada detalle del lugar. Y entonces me percaté de que todo estaba hecho un completo desastre. Había comida regada por doquier.
-Estuvimos...cocinando.- Se limitó a decir Michael con una tímida sonrisa.
-Me puedo dar cuenta.-susurró Anne.
-Chicos...entiendo que cocinar les apasiona, ¿pero qué diablos ha pasado aquí?
Y entonces nos recorrieron de pies a cabeza.
Observé a Michael de arriba a bajo y no pude evitar otro ataque de risa.
Su cabello estaba completamente lleno de spaghettis, al igual que su ropa.
Aquello me causó tanta gracia que no pude contener las carcajadas.
-Michael- dije mientras me doblaba de la risa.- ¡Te ves tan guapo!
-¡Qué graciosa!, pues tú te ves algo...como decirlo... ¿extravagante?-dijo riéndose de mí.
Y en ese momento observé mi reflejo en el gran espejo que había en el comedor.
Oh. Dios mío.
Estaba cubierta de comida...absolutamente horrenda.
Me volteé y le fulminé con la mirada, mientras se partía de la risa, y para mi pesar, las chicas también. Qué divertido.
-Me vengaré de ti, Michael.-
Pero aquello sólo aumentó sus risotadas.

Las horas pasaron rápidamente.
Michael, como era de esperar, tenía encantadas a las chicas, quienes habían congeniado a la perfección con él.
Ambos nos dimos una ducha, ya que para ser sinceros, nuestro estado era bastante precario.

-¿Y?, ¿qué tal luzco?- dijo Michael haciendo pequeñas posecillas, antes de tumbarse en el sofá. Le había prestado los pantalones de chándal más amplios que tenía, junto a un suéter que se encontraba en lo más profundo de mi armario, dado que era demasiado ancho para mí.
¿Que cómo lucía?...me limité a morder mi labio inferior, conteniendo una carcajada.
-Te ves muy, muy guapo Michael. Tus fanáticas morirían por verte así.
-¡Ey, no te burles de mi!, eres realmente malvada, campanita. Mira que por tu culpa estoy así.- dijo listo para atacarme en una guerra de cosquillas.
-¡¿Por mi culpa?!, ¡has sido tú el que ha empezado!-
-Aún así sigues siendo culpable.
-¡Embustero!
-¿Cómo me has llamado?- espetó mientras sus ojos brillaban, llenos de malicia.
-Embustero.
-Reptíelo.
-Embustero.-
Y con ello fue sufieciente. Se lanzó sobre mí, atacándome cobardemente, torturándome a base de cosquillas.
-¡Michael!, ¡quita tus garras de encima!
-Dime que lo que has dicho no es verdad.
-¡No!, ¡Michael, suéltame!
-Discúlpate.
-¡Embustero, embustero, embustero!
Pero de pronto no pude seguir acusándole.
Michael cubrió mi boca con su mano, dejando las cosquillas de lado. Y de pronto las cosquillas en el estómago me invadieron.
Sus ojos perforaban los míos, acelerando los latidos de mi corazón, una vez más.
Lentamente, recorrió mis labios con sus dedos, para luego acariciar mis mejillas y nuevamente volver a mis labios.
-Michael...- susurré.
Quise decirle que se apartara de mí, que dejara de observarme de aquella forma que causaba estragos con mi respiración. Pero no pude.
Sentir su cuerpo sobre el mío, sus manos acariciando mi rostro y su dulce y adictivo aliento rozando mi piel, me estaba volviendo loca.
¿Por qué mi plan de ser sólo amigos no estaba funcionando?
Supongo que, si quieres ser amiga del diablo, no debes desear nada de él.
Ahí recaía todo el problema del asunto.
Porque yo deseaba mucho más de Michael de lo que había deseado nunca. Y no precisamente como amigo.
Pero no me dio tiempo de tomar alguna decisión.
Se apartó rápidamente, levantándose del sofá.
-Liz, ya es tarde, creo que debo irme antes de que tus amigas no quieran que vuelva más por no dejarlas dormir.- dijo intentando bromear, visiblemente nervioso.- Te veo mañana, pequeña.
Se encaminó hacia la puerta, pero en arrebato me puse de pie ágilmente y le tomé de la mano, obligándole a voltearse.
-Quédate esta noche.-







Comenta!

Capítulo 23







Entonces, su mano buscó la mía, entrelazando nuestros dedos.

Y ahí estaba de nuevo. Miles de descargas eléctricas recorrieron mi cuerpo en el preciso instante en que me tocó. Pero lo que hacia completamente insostenible la situación no era aquello. Sus bonitos ojos absorbían mi mirada, impidiéndome despegar mis pupilas de las suyas. Mi corazón reaccionó de manera extraña. Rápidos y arrítmicos latidos parecían querer abrir mi pecho y dejarlo al descubierto, sin reservas ni ataduras, martillando ahí dentro, desfalleciendo en cada fugaz e inquieto intento.
De pronto una sonrisa se extendió por su maravilloso rostro, congelando mi respiración.
-Tengo una idea.- dijo al momento en que observaba discretamente nuestro alrededor.-
 ¿Aceptas escapar conmigo?-
Reí al percatarme de la complicidad que buscaba en mí tras aquella secreta proposición.
-¿Quieres que escape contigo?- dije resaltando el sentido prohibido de aquellas palabras.
Volvió a posar sus ojos en los míos, mientras aquella sonrisa torcida, mi favorita, hacia su aparición. Y sin pensarlo demasiado, mis labios le imitaron, formando en ellos la más cómplice de las sonrisas.- Acepto.




Como verdaderos fugitivos, corrimos por aquel angosto y oscuro pasillo.
El eco de nuestras cristalinas risitas resonaba a lo largo del pasadizo de emergencia, mientras Michael sostenía mi mano, entrelazada a la suya, sin soltarla en ningún momento.
Atacados por inacabables carcajadas, corrimos dando tumbos contra las estrechas paredes, haciendo más escándalo del necesario.

-Campanita- dijo Michael al tiempo en que, algo ahogado por la risa, empujaba suavemente mi cuerpo sobre la pared, cubriendo mi boca con su mano.- ¡Si seguimos así nos descubrirán!
Observé su flamante sonrisa e intenté ahogar mis carcajadas, al igual que él.
Nuestras respiraciones entrecortadas, increíblemente agitadas, marchaban a un mismo compás, mientras sentía como su aliento rozaba mi rostro.
-¿Lista?- dijo retirando delicadamente su mano de mi boca, para luego rozar mis labios con su dedo índice.
-¡Siempre lista!- aseguré conteniendo una carcajada, poniendo mi mano en mi frente, en un gesto militar.
Michael cubrió su propia boca con la palma de su mano, ahogando una sonora carcajada que, impetuosamente salió de sus labios.

Pero en ese momento, ninguno de los dos siguió riendo.

Michael tomó mi mano rápidamente, listos para correr.
Unas voces comenzaron a emerger desde el costado más cercano al estudio, acercándose hacia nosotros.
Mi mirada se ancló en sus ojos. El lívido semblante de Michael terminó por sembrar el pánico en mí.
¿Qué demonios se suponía que estaba haciendo?

Escapando con Michael Jackson. Sí, exactamente.
El meollo de la situación era que la mayor parte del tiempo olvidaba completamente quién era Michael, ya que cuando él estaba conmigo, era aquel chico encantador que con sólo una mirada lograba causarme taquicardias. Sí, el dueño de ese par de ojos bellos hasta lo inverosímil y sonrisa absurdamente encantadora. Nada más que eso, nada más que Michael.
Y ahí recaía el mayor problema de todos.
Su simpleza había atraído mi atención hacia él. Aquella magia que su presencia despedía era lo que causaba que mi interés creciera cada vez más. Pero sin duda alguna, aquella forma en que me miraba se posicionaba en la cúspide de todos aquellos argumentos, ya que bastaba sólo un segundo para que sus pupilas se clavaran en las mías, causando estragos en mi cordura, haciendo temblar cada rincón de mi cuerpo.

Y sí, estaba actuando de una forma absolutamente irracional y nada conveniente, ni para él, ni para mí.
Lo sabía, de hecho, lo tenía perfectamente claro. Había escogido un vuelo con destino incierto, extremadamente peligroso. ¿Pero tenía alguna salida?
En aquel instante, congelada por el temor, sintiendo cómo mis piernas se preparaban para reaccionar en cualquier momento, mientras Michael me sostenía la mirada, esperando el segundo preciso para llevar cabo nuestra fuga, supe que aquella pregunta tenía su respuesta hace ya bastante tiempo.

No, ya no había ninguna salida. Aquel era un vuelo sin retorno.
Estaba completamente perdida. Y no sabía si realmente me importaba.

-Liz- susurró Michael- salgamos de aquí.
-Pero, ¿y si nos descubren, Michael?
-Descuida, campanita, nadie nos descubrirá. Confía en mí.- dijo de una forma increíblemente persuasiva, exhibiendo aquella sonrisa que me derretía. ¿Cómo no creer en sus palabras, si me miraba de esa forma?
-Confió en ti.-

Entonces, quiero que Michael firme esos contratos, hay que acabar con este papeleo de una vez, Frank. Los auspiciadores quieren respuestas inmediatas, recuerda que quedan solo unos meses para comenzar el tour y aún no hemos afinado los detalles. ¡¿Dónde rayos está Michael?! Frank, encárgate de esto, ya es bastante tarde. ¡También tengo una vida fuera de este estudio!


Aquella voz masculina notoriamente exaltada provocó que nuestros corazones marcharan a una velocidad inverosímil.
Sentí como la mano de Michael me jalaba de pronto hacia la salida de aquel lugar, esta vez en completo silencio. Corrimos hacia la puerta de emergencia como si nuestras propias vidas dependieran de aquello.

A penas fui conciente del segundo en el que estuvimos fuera.
Nuestra alocada carrera siguió unos cuantos metros más allá, sumergiéndonos en la fría noche, sin rumbo alguno.
Y entonces mis oídos volvieron a escuchar aquel sonido increíblemente encantador, lleno de dulzura y polvo de estrellas. El sonido más hermoso que existió jamás. La risa de Michael resonaba por el lugar, llenándolo todo. Absolutamente todo.

Cuando estuvimos los suficientemente lejos como para ser descubiertos, nos detuvimos.

¿Qué clase de lugar era ese?        
La hierba se extendió ante mis ojos, mientras la sutil luz que provenía de la luna rellena deslumbraba por doquier.
Mi mirada se detuvo por un momento en el cielo. Miles de estrellas brillaban ahí, en lo más infinito. La inmensidad de la noche se presentaba frente a nosotros, embriagándonos, llenándonos de aquel sentimiento enigmático, secretamente maravilloso.
De pronto percibí el tímido escrutinio que los ojos de Michael me dirigían.
Y en aquel momento, mis pupilas volvieron a encontrar su eje, sumergiéndome en el más infinito de los universos.
-¿Eres conciente de lo que haces?
-¿A qué te refieres, Michael?
-Opacas a la luna, Elizabeth. Puedo hacerme una idea de la envidia que te tiene, porque si mis ojos tuvieran que decidir entre una y otra, ella sin duda perdería la partida. Eres sobrecogedoramente hermosa, campanita.

Mis mejillas adquirieron aquel color carmesí, que ya hace algunas semanas era más que habitual en ellas. Bajé mi rostro, intentando ocultarme de la penetrante mirada de Michael.
Pero él no me lo permitió demasiado tiempo. Una de sus manos levantó mi mentón para lograr así que mis ojos se encontraran nuevamente con los suyos
-¿Pero sabes qué es lo más impresionante de todo, Liz?- dijo mientras acariciaba con delicadeza el contorno de mi rostro.- Que no sólo eres la chica más hermosa que he visto jamás, sino que además tu alma es la más bella, Liz. Es incomprensiblemente bella. Y todo lo que me está pasando en este momento es por ello. Es ahí en donde recae absolutamente todo.
-¿Y qué es lo que te está pasando, Michael?- espeté suavemente, casi en un susurro.
-Para serte sincero, no lo sé.- me respondió, mientras sus manos sostenían mi rostro y su mirada parecía querer traspasar mi alma.-  Pero se siente bien, realmente bien.
Cuando estoy contigo todo es distinto, ¿sabes?, en este mismo instante me siento más libre que nunca.
En ese momento, Michael despegó sus ojos de los míos y observó el cielo, ensimismado en aquellos pensamientos. Cuánto deseé saber qué era lo que pasaba por su mente.
Contemplé su rostro iluminado por aquella luz plateada. Hermoso, increíblemente hermoso. Demasiado para poder resistirse.
Cerró sus ojos, e inhaló profundamente. Y sí, en aquel momento saboreé la sensación de libertad de la cual Michael me había hablado. Esa extraña certeza de estar en lugar correcto, junto a la persona correcta, recorrió cada una de las fibras de mi piel.

-¿Quieres bailar?- dijo de pronto, exhibiendo una amplia sonrisa. Extendió su mano en busca de alguna respuesta de mi parte.
-¿Qué?- pregunté descolocada.
-¿Quieres bailar esta noche conmigo, Liz?
 -¿Ahora?
-Es el momento perfecto, ¿no crees?
Su expresión me hizo reír. ¿Bailar?, ¿por qué no?
Mordí levemente mi labio inferior, mientras posaba mi mano sobre la suya.
Michael tomó suavemente mi cintura, atrayéndome hacia su cuerpo. Acomodó mis brazos alrededor de su cuello con suma delicadeza, para envolver mi cintura con los suyos.
 Clavé mis pupilas en las suyas, adentrándome en la profundidad de sus ojos.
Michael comenzó a bailar lentamente, manejando mi cuerpo con sutileza, tomando el control. De sus labios emergió la más bella de las melodías. Definitivamente, si alguna vez dudé de la existencia de la magia, me daba cuenta que estaba equivocada.

Apoyé mi cabeza en su pecho, dejándome guiar por él. La gravedad se volvió completamente irrelevante e inexistente, porque en aquel momento nuestros cuerpos perdieron todo peso. ¿Había despegado mis pies del suelo acaso? Pues eso me parecía.

-¿Sabes que estás completamente loco, no?- dije mientras Michael tarareaba.
Escuché como aquella melodía era interrumpida por una alegre risita.
-¿Qué es lo que dirás cuando descubran que no estamos, Michael?
-Bueno, cuando eso suceda les diré que te he secuestrado.- susurró, mientras depositaba un fugaz beso en mi cabello.
-¿A si, señor Jackson?, pues que secuestro tan extraño. Será el primero en su clase, ya que normalmente la victima  se opone.
-Tiene usted razón, señorita. Pero en este caso la victima es irresistiblemente encantadora, por lo que el secuestrador debe haber utilizado técnicas muy innovadoras.
-Entonces debe de ser un secuestrador muy perspicaz. Lo que le hace doblemente temible.
-Ajá. Muy, muy temible.
-Pero quizás, la victima lo sea aún más. No debemos subestimarla.
-O tal vez el secuestrador sea la verdadera victima, ¿quién sabe?
-Exactamente.
-Entonces, señorita, debe usted recordarme tener más cuidado con esa chica deliciosamente peligrosa.
-Descuide, lo haré cuando la ocasión lo amerite.- dije alzando mi rostro para mirarle.- Queda usted advertido, señor Jackson.
-En ese caso, me mantendré alerta.- rió.
A partir de ese momento no pude despegar mis ojos de los suyos. Aquella melodía continuó su curso, mientras esas pupilas oscuras me atrapaban con su magnetismo. 




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