Queridas lectoras;

Ha pasado mucho tiempo ya desde la última vez que nos encontramos ustedes y yo aquí. 
Es por ello que he decidido escribirles esta pequeña nota. 

Mil y un disculpas por todos estos meses en los que ni un sólo capítulo ha sido publicado, créanme que  este silencio ha sido también ingrato para mi. 

Pero sinceramente mi tiempo e inspiración han sido consumidos por la universidad y lo lamento con todo mi corazón.

Muy pronto la historia volverá, ya que no ha acabado, aun queda muchísimo por delante.
Algunos cambios nos ayudaran a recomenzar de la mejor manera esta historia. Todo ello será comunicado en su momento. 

Espero que este tiempo no haya debilitado sus ganas de seguir leyendo esta novela, lo espero con todas mis ganas. 

Os quiero con cada fibra de mis ser.
Nathalie. 




Capítulo I


Book II


                                                           
"Nuevos caminos"




-¡No!, ¡Michael!- grité entre risas.
La hierba húmeda mojó mis pies mientras la brisa chocaba contra mi rostro, alborotando mi cabello. Intenté correr lo más fuerte que pude, pero sus zancadas resultaron ser mucho más rápidas que las mías.

Un depredador y una presa. Una presa que sin embargo, no temía caer en las garras de aquel predador.

Miré fugazmente hacia atrás y entonces le vi a una distancia nada conveniente. Estaba a solo unos cuantos metros de ser alcanzada.
-¡Aléjate de mí!
-¡Ven acá!
-¡No!
Hice mis últimos esfuerzos por alejarme de él. Pero sus risitas sólo estaban a un respiro de mi cuerpo y entonces decidí dejarme atrapar una vez más.
En menos de un latido sus brazos se cerraron en torno a mi cintura con aquella exquisita seguridad, con aquel sentido de propiedad que yo misma le había permitido tan sólo a él.
-¿Creíste que podrías huir de mí?
-¿Huir de ti?, ¿quién querría hacerlo?
-Me alegra escuchar eso, porque nunca te lo permitiría pequeña tramposa.
-Y yo jamás pensaría en hacerlo, Michael. Pero tomando en cuenta las circunstancias…-
Y en menos de un segundo yo ya había tratado de escapar, pero claro, él no me dio ni las más mínima posibilidad de hacerlo. Me alzó en sus brazos y comenzó a andar, ignorando cada uno de mis reclamos.

-Michael, por favor, por favor…-
-No.
-Por favor…-
-Esta vez no podrás evitarlo. Tienes que pagar las consecuencias.
-Michael-rogué hundiendo mi nariz en su cuello.- Por favor…haré lo que quieras, lo prometo.

Un instante de duda. Lo supe en cuanto comenzó a aminorar la velocidad de su paso.
Esta era mi oportunidad.

-¿Y qué es lo que me darías a cambio?- dijo unos segundos después, deteniéndose un momento. Pude percibir el tono socarrón de su voz y la sonrisa que seguramente había en sus labios. – Debes ofrecerme algo muy bueno, por cierto.
Medité algunos segundos, aferrada a su cuello, llenándome de aquel aroma que solía enloquecer mis sentidos. 
-¿Un beso es lo suficientemente bueno para ti?
-Sí, lo es. Bien pensado. Pero a decir verdad, un beso lo puedo conseguir de todas maneras. Así que no hay trato.-
-¡Ey!, ¿y si decidiera negarte mis besos?-
-No lo harás.-
Alcé mi rostro para poder mirarle. Una vez que nuestros ojos quedaron a la misma altura le fulminé con la mirada.
-¿Cómo puedes estar tan seguro?-
-Créeme, no podrías vivir sin mis besos ni un solo día.-
-¿A no?-
-No. De hecho, te lo puedo demostrar.-
-En ese caso me encantaría ver cómo lo haces, sabelotodo. -
Y entonces supe que no debí haberle desafiado, pues acercó peligrosamente sus labios a los míos y se detuvo allí.
¿Algún día sería capaz de controlar aquella sed, absolutamente irracional que mis labios tenían de los suyos?
Mi fuerza de voluntad se hizo añicos en un segundo y le besé. Sentí el sabor de sus labios y el movimiento sensual de estos sobre los míos una vez más. Pero demasiado pronto para mí, Michael impuso una dolorosa distancia entre nuestros rostros.
-¿Decías? – dijo entre risitas burlonas, mientras yo salía de mi momentáneo lapsus carpe diem.
-No cantes victoria. Me has pillado por sorpresa. Sabes que si me lo llegara a proponer podría vivir una vida entera sin tus besos.- mentí.
-Patrañas. No querrás reconocerlo, pero no vivirías ni un segundo sin mí.-
-¿Sabes una cosa, Michael Jackson?, creo que soy la única culpable de que tu ego se haya convertido en un monstruo.-
Entonces el rompió en carcajadas y yo sonreí a la par.
Cada día tan sólo una sonrisa en su rostro bastaba para iluminar cada resto de mis sombras. Y es que simplemente ya no podía vislumbrar un futuro si él.

12 de julio. Un mes amándole desesperadamente, de aquella manera desmedida, infinita, en la que jamás creí poder amar. Un mes que había bastado para mostrarme una vida llena de colores, llena de sonrisas. Un mes en el cual había descubierto la razón fundamental de mi existencia.
Michael.

Muchas veces en el pasado había soñado. Soñado con algo que sacudiera mi interior, que me diera fundamentos para creer, que lograra hacerme temblar un instante eterno.
Algo que tuviera sentido, que llenara cada recoveco de mi ser, que diera respuesta a cada interrogante alguna vez planteada.

Y le había encontrado.

Dicen que hay momentos en la vida que permanecerán marcados a fuego en tu memoria. Y yo coincidía totalmente con aquella teoría, ya que estaba completamente segura de que cada latido, cada segundo, cada “te quiero” estaría allí, bajo mi piel para siempre.


El sol dió de lleno en mi rostro cuando escuché a lo lejos la voz de Janet acercándose hacia mí. Calculé las posibilidades que tenia de escabullirme, pero ciertamente, aquellos brazos no me lo permitirían. Medité también suplicarle mi absolución a mis contendores, pero tampoco tardé demasiado en concluir que no valdría la pena.

-¡Buen trabajo Peter, somos invencibles!
-¡Te lo dije enana!, lo siento cariño, pero ya sabes, esta vez no puedo pasar por alto tu derrota. ¿Justicia es justicia, no?
-Mike…por favor…-murmuré de la manera más persuasiva que me fue posible.

Me observó con aquellos ojos marrones que tantas veces me habían hecho perder la cabeza e intuí que, como tantas otras veces, él se compadecería de mí. Deposité un besito en su cuello y sentí como su piel se erizaba. Sí, había logrado mi objetivo.
Pero el borde de la piscina se encontraba sólo a unos cuantos centímetros y yo casi podía sentir el agua en mi cuerpo.
-Quizás pueda perdonarte una ultima vez…-dijo al fin intentando reprimir un suspiro mientras mis labios aun rozaban su piel.
-¡Oh no, no lo harás!

Y entonces sentí cómo alguien empujaba a Michael por la espalda.
Caímos de pronto, irrumpiendo en aquella helada superficie, mientras Janet reía a carcajadas.
El agua salpicó alrededor de nosotros y caímos juntos hacia lo más profundo.
Cada parte de mi cuerpo, hasta la más recóndita quedó sumergida bajo el agua y el tiempo dejó de correr, al menos para mí.
Aquella sensación de atemporalidad que sólo aquellas situaciones te proporcionan. Ese segundo eterno en el que salir hacia la superficie es todo un desafío, mientras la necesidad de obtener una bocada de aire se hace cada vez más urgente.

Pero en aquel preciso instante alguien tiró de mí, mucho más allá de lo que alcanzaba a percibir.
-¿Campanita?, ¿estás bien?- escuché preguntar a lo lejos, aunque a decir verdad, estaba algo ocupada para responder. Tosí un par de veces intentando despejar mi garganta antes de tomar algo de aire.- ¿Liz?
-Sí, estoy bien.- murmuré.

Pero claro, no estaba tan mal como para dejar pasar aquella oportunidad. Michael sólo se encontraba a escasos centímetros de distancia con la guardia baja. Un momento absolutamente perfecto para mi venganza. Así que no dudé ni medio segundo en lanzarme hacia él y hundirle en el agua.
Solté un par de carcajadas antes de nadar rápidamente hacia la orilla para escapar de sus zarpas, ya que en cuanto se recuperara vendría a por mí.
Pero aún mi venganza no estaba completa.
Janet.

-¡Oh no, Liz!, ¡Michael, ayúdame!-
Salí de la piscina y corrí hacia ella con la mayor velocidad posible. Y no fue una tarea difícil, pues aún se partía de la risa al borde de la pileta. 
Hizo falta tan sólo un empujoncito y Janet ya estaba dentro del agua junto a Michael.
Ambos me fulminaron con la mirada mientras yo me retorcía a carcajadas disfrutando de mi victoria. Tardía, pero victoria al fin y al cabo.

La venganza sí que era dulce. Y por lo demás, ver a Michael con el cabello mojado y sus risos cayendo enmarañados sobre su rostro no tenía precio alguno. Como tampoco lo tenía ver dos pares de ojos clavados en mí con instintos asesinos.

Pero en cuanto Michael comenzó a nadar hacia la orilla supe que si había alguien en este mundo que disfrutaba vengarse aún más que yo, era precisamente él.
Y sí. Cuando comenzó a correr hacia mí también tuve la seguridad de que no valía la pena esforzarme en escapar. En lugar de eso me dediqué a algo muchísimo más interesante que correr.

Mis pupilas recorrieron su figura por entero de manera instintiva, completamente involuntaria, y se detuvieron allí, en su torso desnudo. Cientos de cristalinas gotitas resbalaban por su piel chocolatada, acariciando cada fibra con una lentitud desquiciante.
Aquello era una locura. Verle así definitivamente alteraba mi sistema nervioso.
¿Por qué demonios era así de guapo?

Corrió hacia mí con aquel garbo que caracterizaba cada uno de sus movimientos, mientras esa sonrisa torcida que tanto me gustaba se formaba en sus labios. Una sonrisa maliciosa, tremendamente atractiva.

Y allí estaba, a menos de un metro de distancia, con sus risos empapados y aquella mirada que me dejaba sin argumentos.

-¿No huirás?-dijo de pronto desconcertado, mientras su sonrisa se ensanchaba.
Negué lentamente y di un paso en su dirección.
-¿Asumes tu derrota entonces?, ¿sin más?-
-Ajá. Sólo por esta vez, que lo sepas.-
-¿Y a qué se debe esto?, estoy absolutamente consternado.-
-Se debe a que huir no es precisamente lo que ahora me apetece hacer.-

Me observó un instante en silencio, con aquellos despiertos ojos llenos de genuina curiosidad, como si estuviese descifrando cada una de mis palabras y el significado que estas tenían oculto. 

-¿Puedo saber  qué es lo que te apetece hacer entonces?

Y claro que lo sabría, pues él estaba directamente relacionado en ello. Sonreí ante el cumulo de imágenes que se agolparon de pronto en mi mente. Recuerdos. Tantos recuerdos de aquellas cuatro semanas, de cada uno de los días que había pasado junto a él, inseparables, como si en el mundo no hubiese existido nada más que el otro. Besos, abrazos, caricias, sonrisas, noches desveladas y confesiones realizadas por millones.

Di un paso más hacia el frente, extendí mi brazo y enredé mis dedos en sus risos. Atraje lentamente su rostro hacia el mío, disfrutando cada segundo, cada roce de su aliento en mis labios. Porque justamente lo que más disfrutaba de tenerle de esa forma no era precisamente el contacto de sus labios en los míos, aunque fuese bastante difícil de creer en algunas ocasiones.

Lo que sencillamente adoraba era aquella seguridad de saberle mio, completamente mio. Y era precisamente en esos momentos cuando sentía con mayor fuerza aquella promesa que nuestras almas se habían hecho.
Casi podía oír su corazón latiendo por mí cada vez que mis labios se posaban en los suyos, de la misma manera en que estaba segura él podía percibir mis latidos repiqueteando como un ave a punto de volar cada vez que su piel rozaba la mía.

Las últimas semanas habían sido por lejos las mejores de mi vida entera. Estaba completamente segura de ello.

Se sentía bien, increíblemente bien.

Una gota de agua resbaló por uno sus risos y cayó en mi mejilla  hasta llegar a mi cuello. Llevé una de mis manos hacia su pecho y le acaricie suavemente, perdida en el brillo diamantino de sus oscuros ojos. Y entonces Michael tomó mi cintura y atrajo mi cuerpo hacia él suyo. Acortó la distancia existente entre nuestros labios, mientras mis ansias acababan con toda voluntad.

-¡Ey, sigo aquí!- gritó de pronto una vocecilla a mis espaldas.

Di un respingo y Michael se apartó en menos de un segundo para sonreír tímidamente ante las risas de aquella personita que accidentalmente habíamos olvidado durante lo que podría haber sido tan solo un sueño.
El mejor sueño de mi vida.


















-¿Ves aquella estrella?, es mi favorita. Estoy seguro de que es la misma que solía observar cuando aún era un niño. Cada noche trepaba el viejo árbol que estaba junto a mi habitación en Gary y me quedaba allí durante horas. La mayoría de las veces perdía la noción del tiempo y el sueño me vencía. Luego Jermaine me llevaba a la cama antes de que Joseph pudiera notarlo.
Desde entonces nada ha cambiado allí, en el cielo. O al menos eso es lo que creo.-
-Probablemente haya cambiado, ¿lo sabías?, con el pasar del tiempo el brillo de cada estrella se extingue poco a poco. Quizás aquella ya no pueda siquiera destellar una pizca de luz y sólo la estés confundiendo con otra más joven.
-Es una buena teoría.- aceptó luego de meditar algunos segundos.- ¿Pero sabes una cosa?, creo que esta es diferente. La he observado durante muchos años, prácticamente mi vida entera. Y por ello creo conocerla bien. Es especial, de eso estoy seguro.-

La noche ya había caído hace algunas horas y la oscuridad había cubierto el cielo, cientos de pequeños destellos luminosos le cubrían y Michael había estado absorto observando aquellas estrellas, mientras yo, le observaba a él. Mi estrella personal, la más brillante de todas.
Y qué cierta resultaba ahora aquella analogía, pues él se había convertido en la estrella magna de mi vida, iluminándolo todo, hasta los recovecos más oscuros de mis recuerdos.

Habíamos estado tumbados en la hierva durante horas, uno al lado del otro, sintiendo la calidez de nuestras pieles sin tocarnos siquiera. Contándonos cada secreto, sin emitir palabra alguna.
Habíamos estado amándonos. Amándonos incluso cuando no teníamos idea de que la vida puede ser maravillosa una vez que cada pieza del rompecabezas encaja.

-Elizabeth Forwell, ¿te había dicho ya lo mucho que te amo?
-Un par de veces. Pero no te preocupes, me encantaría oírlo una vez más.
-Te amo.- dijo entonces, llevando su mirada hacia mí rostro.- Te amo con cada uno de mis latidos, Liz.-


¿Cuántas veces había imaginado aquellas palabras salir de sus labios?, ¿cuánto había deseado escuchar un “te amo”?
Lo cierto es que seguía deseándolo, con mayor fuerza aún.
Le seguía amando, con cada suspiro, a cada segundo. Sin titubeos aquel sentimiento se había expandido en mi pecho, incansable, causando una inquietante dependencia.
Un mes en el que ni un solo día habíamos dejado de estar juntos. Sobraban excusas y motivos para permanecer  unidos cada noche, cada hora y a cada respiro.

Y así era como quería que mi vida siguiese hasta que mi corazón dejase de latir, pues ya no podía vislumbrar en futuro sin él.

-Amor, ahora es tuya.
-¿El qué, Michael?
-Mi estrella. A partir de ahora es tuya. Tuya y mía.- dijo tomando mi mano, entrelazando sus dedos con lo míos.- Quiero que me prometas algo. Procura recordarme cada vez que la observes.-
-Michael, te aseguro que tu estás todo el tiempo en mi mente. Pero me parece un trato justo, sólo si tú prometes recordar cuánto te amo cada vez que aquella estrella esté frente a tus ojos.  
-Lo prometo, campanita.
-Y yo a ti, Peter. Te amo.
-Para siempre. 
















Comenta! :)




Una nueva etapa

Queridas lectoras:


Quiero agradecerles desde el fondo de mi corazón todo el apoyo que me han brindado. Cada una de sus preguntas, cada "me ha encantado" me llena de satisfacción. 
Hace varias semanas no ha sido publicado ni un sólo capítulo debido a que el tiempo es mezquino conmigo, pero espero poder mostrarles una nueva publicación muy pronto. 


Les quiero contar que en la próxima actualización de la historia podrán ver algunos cambios que espero os gusten. 


El diseño del blog nuevamente será modificado, ya que comenzaremos una nueva etapa. "All you have to do is dream, Book II", la nueva división de la historia. 


Hemos finalizado el "Book I", con un total de 230 paginas, 34 capítulos, en los cuales hemos conocido a Elizabeth, quien nos ha introducido a su vida y por supuesto, hemos sido testigos del comienzo de su romance con Michael. 


Pero ahora que lo que esperábamos ya ha sucedido y ellos ahora están juntos, ¿qué pasará?, ¿qué será lo que la vida les tiene deparado? 


Espero que todas estén ahí para saberlo. 




"All you have to do is dream Book II".
Próximamente.




Con cariño,
Nathalie. 



Capítulo 34



"Nuevas adicciones"







-Pequeña. - escuché a lo lejos.-Pequeña, despierta.

Mi mente viajó rápidamente hacia la realidad. Me revolví en la cama y me apretujé más a él.


-Amor, despierta. Es hora de levantarse, cariño.
-¿Cinco minutos?
Sentí cómo sus risitas chocaban contra mi cabello.
-No, ni un minuto más. ¿Podrías abrir los ojos?, llevas demasiadas horas privándome de ellos.
-¿Sabes que ahora mismo te odio, no?
-Minucias. En cinco minutos volverás a amarme.
Sonreí. Levanté mi mejilla de su pecho y busqué su cuello. Deposité un pequeño beso en él  y me quedé allí, con mi nariz anclada a su piel, absorbiendo su aroma, disfrutando de cada resto de su esencia.
-A decir verdad, creo que ya no te odio tanto.
-¿A no?- preguntó divertido, mientras un ligero temblor embargaba su cuerpo.
-No.
Y entonces abrí los ojos y busqué los suyos en el acto.
-Para serte sincera, he vuelto a amarte. Y más que ayer. No te preocupes.
Y me besó. Me besó rápidamente, robándome un besito. El primer beso del día.
-¡Ey, Michael Jackson, me has robado un beso!
-Sí, y te robaría un beso a cada segundo, amor. Debes acostumbrarte, porque sinceramente, adoro esta nueva ocupación de ladrón. Sólo si de tus besos se trata, claro.
-¿No te ha bastado ya con robarme el corazón? Eres insaciable, ¿no es así?
-Si se trata de ti, tienes razón. Soy insaciable. Y ahora que miro tus labios aquello me resulta más cierto que nunca.


La débil luz que se colaba por la ventana reflejaba suaves destellos en su cabello negro. La mañana estaba helada, algo extraño para la temporada. Pero ahí estábamos, Michael y yo, en el mismo metro cuadrado, o a decir verdad, en el mismo centímetro cuadrado. Mis manos descansaban sobre su pecho, cubierto por tan sólo una camiseta blanca. Sus brazos rodeaban mi cintura, al igual que lo habían hecho durante las últimas horas en las que yo, por supuesto, no había podido conseguir mantenerme despierta. Aunque al menos había hecho mi mejor esfuerzo para lograrlo, pero él no me lo había hecho precisamente fácil.
 No cuando de sus labios comenzaban a salir aquellas melodías que me desarmaban por completo mi voluntad.

Creo haber sentido un millón de veces sus labios a tientas sobre los míos, suaves, delicados, cuidadosos de no atraer mi conciencia nuevamente hacia la realidad. ¿Eran sueños acaso? Bien podrían haberlo sido y no me habría extrañado en lo absoluto.
Lo cierto era que desde que Michael había llegado a mi vida, aquellos sueños que solían atormentarme la mayoría de las noches hace tantos años ya, habían casi desaparecido.
Sí, se habían esfumado casi por completo.

Michael se había convertido en mi dosis de morfina.

-¿Qué tal ha sido tu noche, Michael?
-Perfecta.
-¿Y la tuya?
-Extraña.
-¿Extraña?- respondió en ese mismo instante, alzando ambas cejas, preocupado, completamente desconcertado.
-Sí, extraña.
-¿Por qué dices eso?
-Porque es extraño saber que ahora eres mío. Solamente mío.

La tención que hace un segundo se había apoderado de su cuerpo desapareció y aquella risita contenida, avergonzada, sumamente sexy se escapó de sus labios.
Recorrí su mejilla con mis labios, rosando suavemente cada centímetro de piel que había en ella.
Cerré los ojos nuevamente y disfruté de aquella exquisita cercanía que habíamos impuesto en esa cama que ahora me parecía el lugar más acogedor  en el cual podría estar.
-Soy tuyo, amor. Completamente tuyo.-susurró cerrando los ojos, sintiendo mis labios en su piel, mis manos acariciando su pecho y mi cuerpo entero entregado ante la atracción del suyo.
Contuvo un temblor en su boca cuando suspiré cerca, muy cerca de sus labios.
Me apreté aún más a su figura, entrelazando mis piernas en las suyas, creando confusiones entre las sabanas blancas, revueltas luego de tantos sueños y caricias desperdigados cuando aún la luna yacía en lo alto del cielo.
Oculté mi rostro en su cuello y aquel aroma embargó cada recoveco de mi mente. Definitivamente demencial. Riesgosamente adictivo.
-Michael-
-¿Si?-
-Te amo.-

Llevó su mano hacia mi barbilla y levantó mi rostro. Sus ojos buscaron mi mirada y la encontraron al instante.
¿Cuántas veces Michael podría desarmarme hasta el punto de hacerme caer rendida ante él?, ¿se detendría algún día?
Pues no deseaba que lo hiciera, porque estar con él de esa manera, íntima, infinitamente extraterritorial era magnífica. Y aunque todo aquello en ese instante, en cual acercó mi rostro al suyo y sus labios comenzaron un juego de autoridad entre los míos, me pareció escandalosamente insustancial y evanescente, tenía la seguridad de estar haciendo lo correcto esta vez. ¿Cómo podría entonces explicarme a mí misma aquella sensación de estar frente a lo más valioso de mi vida entera? 
Simplemente, cada vez que él osaba a acercarse a mis labios o tan sólo a mirarme, arrebataba cada resto de cordura que quedaba en mi interior, echándola a la suerte, moldeándome entre sus manos con cada roce, con cada desesperado y tímido arrebato por guardar por un segundo mi piel en sus manos.

Sus labios abrazaron los míos, mientras su lengua se enredaba en mi boca, lenta y paciente. Quizás sólo por un instante, pero lo suficiente para hacer que la locura volviera a por mí. Entonces, no supe qué sucedió exactamente con mis manos, ni las suyas.
Lo cierto, es que de un segundo a otro sentí su piel bajo mis dedos, tibia, exquisitamente tibia. Mis dedos escudriñaron la superficie bajo aquella camiseta blanca, la cual de pronto se había convertido en un impedimento. Un burdo obstáculo ante esos deseos que ahora quemaban cada una de mis terminaciones nerviosas, animándome a ir por más, mucho más.
Quise detenerme a meditar lo que aquella nueva sensación estaba provocando entre los dos. Pero sencillamente no fui capaz.
Porque cuando sentí sus manos bajar por mis caderas, decididas y fuertes recorriendo aquel camino para finalmente llegar a mi muslo, cada intención pura que quizás había asomado en mi mente durante ínfimos segundos, se había esfumado por completo.
                                                                                                            
Había fuego. Fuego quemando todo a su paso.
Sentí como bajo mi cuerpo su pecho subía y bajaba una y otra vez, exasperado.
 Mi agitada respiración  chocó contra la suya, mientras sus dedos se enterraban en mi muslo, con deseo.
Sí, en aquel instante pude sentir cómo Michael me deseaba con desesperación, con desenfreno, de la misma forma en que yo le deseaba a él.

No tuve miedo, pues eran sus manos las que ahora se ensartaban en mi piel. Y eran exactamente aquellas manos las que yo quería que recorrieran cada espacio, cada resquicio de mi cuerpo.

Michael tomó mi pierna con decisión, acercándola hacia sus caderas, encarcelándose a si mismo con ella, antes de cambiar su peso, obligándome a girar sobre mi espalda. Entonces se posicionó sobre mí, convirtiéndome en una rehén perfecta, que irónicamente, no tenía ni la más mínima intención de liberarse.
Sus labios dejaron los míos un segundo. Rozó mi piel con ellos, descendiendo lentamente, causando cientos de descargas eléctricas en mi cuerpo. Y se detuvo allí, en mi garganta, mientras yo, rendida ante sus labios, estiraba mi cuello para sentir sus caricias en toda su magnitud.
-Te amo.- murmuró contra mi piel erizada ante el roce de su aliento.

Y entonces mi corazón palpitó una vez más, descontrolado, para luego detenerse un instante, mientras Michael clavaba sus ojos en mí, descubriendo nuevas miradas cargadas de fuego.
Buscó mis labios otra vez, rasgando cada suspiro enamorado que salió en aquel instante de entre los míos.

No sabía si esto estaba exactamente dentro de las normas, pero no me importaba, pues lo que sentía en ese preciso segundo era mucho más fuerte que mi propia voluntad.

Todo se resumía en una caricia, en un roce, en un beso sin fin.
¿Alguna vez habría imaginado siquiera lo que su cercanía podía llegar a causar en mí?
Seguramente, ahora podía hacerse una idea bastante acertada sobre ello.

Pero precisamente cuando ya la razón comenzaba a abandonarme definitivamente, Michael separó sus labios de los míos, dejando su sabor impregnado en mi boca.

-¿Qué sucede?- pregunte desconcertada, extrañamente desorientada en mi propia cama.
-Ya es tarde, cariño. Debemos levantarnos.

Entonces su mano resbaló por mi pierna, liberándola en el acto, imponiendo una distancia segura entre nuestros cuerpos.

Me quedé inmóvil por un segundo eterno, recostada a su lado, mientras ambos mirábamos el cielo blanco de la habitación.
Intenté acallar mi respiración que parecía haber perdido todo ritmo, dado que mi pecho continuaba moviéndose agitado. Pero un solo pensamiento ocupó por completo mi mente.

¿Qué había estado por pasar? O mejor dicho, ¿Qué era lo que Michael había evitado que sucediera? Y más importante aún, ¿Por qué no había querido seguir?

Y entonces una pequeña, pero certera sensación creció en mi interior. Michael me había… ¿rechazado?
El incómodo silencio que sobrevino a aquel momento no hizo más que acentuar aquella dolorosa incertidumbre.
Pero cuando me estaba comenzando a hundir en mis propios miedos, una mano buscó la mía y entrelazó nuestros dedos, confortándome de nuevo.
Michael se incorporó levemente y buscó mi mirada. Tomó mi mentón y me obligó a mirarle directamente a los ojos.
-¿Sabes lo importante que eres para mí, verdad?

Sí, lo sabía. ¿Cómo no saberlo cuando sus ojos parecían mostrarme el universo por entero?, ¿cómo dudar de sus palabra cuando cada una de ellas me parecía completa y absolutamente verdadera?

Guardé silencio por un momento. Sí, Michael era distinto a todo lo que yo antes había conocido. Eso lo sabía desde hace tiempo. ¿Entonces por qué me había sentido de aquella forma?, ¿por qué, irrazonablemente, me había sentido herida?

-Lo sé, Michael.- dije al fin, ante su atenta mirada.
-Tienes mi corazón en tus manos, amor. ¿Lo entiendes?, ahora eres todo para mí, absolutamente todo.

Su aliento rozó mis labios una vez más. Cerré mis ojos, sintiendo aquella necesidad nuevamente, insaciable, carente de límites.

Y entonces sus labios se detuvieron en los míos una vez más, tan sólo un fugaz instante.
-¿Debes trabajar hoy?
-No. Tengo el día libre.- sonreí. Abrí los ojos y me encontré con su rostro a escasos centímetros del mío. Me miró con extrañeza y yo comprendí de inmediato el motivo.- George piensa que he pillado un resfriado. Ya sabes, no podía decirle la verdad, porque de seguro si le hubiese dicho que en realidad, quería faltar al trabajo debido a que estaba locamente enamorada de ti y quería evitarte, me habría despedido.
-Probablemente.- dijo Michael con aquella bonita sonrisa que solía robarme más de un suspiro. – Entonces, vendrás conmigo. Si quieres, claro.
-Claro que quiero, tonto. ¿O si no quién cuidará de que no te fijes en alguna reportera?
-Ya tengo a la única reportera que quiero.


Y cuando sus ojos comenzaban a alterar mi capacidad de razonamiento nuevamente, decidí que lo mejor sería saltar de la cama de una vez.
Así que sin meditarlo demasiado me zafé de las sabanas y me puse en pie ante la atenta mirada de Michael.


-Me sorprendes.
-¿Por qué?-pregunté volteando para observarle.
-Has hecho en menos de un segundo lo que a mi me ha costado que hagas durante casi toda la mañana.
-Oh por favor, exageras. ¿Toda la mañana?, no han sido más que unos minutos.
Y por lo demás, ha sido tu culpa.-
-¿Mi culpa?
-Ajá.

Apartó los restos de sabanas que aún se encontraban sobre su cuerpo, se incorporó y caminó hacia mí.
-¿Puedo saber por qué esto ha sido mi culpa?
Entonces negué lentamente.
-Si te lo dijera, terminaríamos tal como hemos estado hace un momento.
Sus mejillas se encendieron en menos de un latido.
Solté una carcajada y emprendí el camino hacia la ducha, dejándole ahí, con sus bonitos coloretes refulgiendo y una verdad latente suspendida en medio.


Michael había desatado el fuego en mis venas. Juntos habíamos descubierto una nueva necesidad que parecía quemar entre los dos.


Pero una adicción suele ser peligrosa. Y yo ya me había convertido en una adicta.

¿Podría evitar entonces sucumbir ante mi propia heroína?














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