Una nueva etapa

Queridas lectoras:


Quiero agradecerles desde el fondo de mi corazón todo el apoyo que me han brindado. Cada una de sus preguntas, cada "me ha encantado" me llena de satisfacción. 
Hace varias semanas no ha sido publicado ni un sólo capítulo debido a que el tiempo es mezquino conmigo, pero espero poder mostrarles una nueva publicación muy pronto. 


Les quiero contar que en la próxima actualización de la historia podrán ver algunos cambios que espero os gusten. 


El diseño del blog nuevamente será modificado, ya que comenzaremos una nueva etapa. "All you have to do is dream, Book II", la nueva división de la historia. 


Hemos finalizado el "Book I", con un total de 230 paginas, 34 capítulos, en los cuales hemos conocido a Elizabeth, quien nos ha introducido a su vida y por supuesto, hemos sido testigos del comienzo de su romance con Michael. 


Pero ahora que lo que esperábamos ya ha sucedido y ellos ahora están juntos, ¿qué pasará?, ¿qué será lo que la vida les tiene deparado? 


Espero que todas estén ahí para saberlo. 




"All you have to do is dream Book II".
Próximamente.




Con cariño,
Nathalie. 



Capítulo 34



"Nuevas adicciones"







-Pequeña. - escuché a lo lejos.-Pequeña, despierta.

Mi mente viajó rápidamente hacia la realidad. Me revolví en la cama y me apretujé más a él.


-Amor, despierta. Es hora de levantarse, cariño.
-¿Cinco minutos?
Sentí cómo sus risitas chocaban contra mi cabello.
-No, ni un minuto más. ¿Podrías abrir los ojos?, llevas demasiadas horas privándome de ellos.
-¿Sabes que ahora mismo te odio, no?
-Minucias. En cinco minutos volverás a amarme.
Sonreí. Levanté mi mejilla de su pecho y busqué su cuello. Deposité un pequeño beso en él  y me quedé allí, con mi nariz anclada a su piel, absorbiendo su aroma, disfrutando de cada resto de su esencia.
-A decir verdad, creo que ya no te odio tanto.
-¿A no?- preguntó divertido, mientras un ligero temblor embargaba su cuerpo.
-No.
Y entonces abrí los ojos y busqué los suyos en el acto.
-Para serte sincera, he vuelto a amarte. Y más que ayer. No te preocupes.
Y me besó. Me besó rápidamente, robándome un besito. El primer beso del día.
-¡Ey, Michael Jackson, me has robado un beso!
-Sí, y te robaría un beso a cada segundo, amor. Debes acostumbrarte, porque sinceramente, adoro esta nueva ocupación de ladrón. Sólo si de tus besos se trata, claro.
-¿No te ha bastado ya con robarme el corazón? Eres insaciable, ¿no es así?
-Si se trata de ti, tienes razón. Soy insaciable. Y ahora que miro tus labios aquello me resulta más cierto que nunca.


La débil luz que se colaba por la ventana reflejaba suaves destellos en su cabello negro. La mañana estaba helada, algo extraño para la temporada. Pero ahí estábamos, Michael y yo, en el mismo metro cuadrado, o a decir verdad, en el mismo centímetro cuadrado. Mis manos descansaban sobre su pecho, cubierto por tan sólo una camiseta blanca. Sus brazos rodeaban mi cintura, al igual que lo habían hecho durante las últimas horas en las que yo, por supuesto, no había podido conseguir mantenerme despierta. Aunque al menos había hecho mi mejor esfuerzo para lograrlo, pero él no me lo había hecho precisamente fácil.
 No cuando de sus labios comenzaban a salir aquellas melodías que me desarmaban por completo mi voluntad.

Creo haber sentido un millón de veces sus labios a tientas sobre los míos, suaves, delicados, cuidadosos de no atraer mi conciencia nuevamente hacia la realidad. ¿Eran sueños acaso? Bien podrían haberlo sido y no me habría extrañado en lo absoluto.
Lo cierto era que desde que Michael había llegado a mi vida, aquellos sueños que solían atormentarme la mayoría de las noches hace tantos años ya, habían casi desaparecido.
Sí, se habían esfumado casi por completo.

Michael se había convertido en mi dosis de morfina.

-¿Qué tal ha sido tu noche, Michael?
-Perfecta.
-¿Y la tuya?
-Extraña.
-¿Extraña?- respondió en ese mismo instante, alzando ambas cejas, preocupado, completamente desconcertado.
-Sí, extraña.
-¿Por qué dices eso?
-Porque es extraño saber que ahora eres mío. Solamente mío.

La tención que hace un segundo se había apoderado de su cuerpo desapareció y aquella risita contenida, avergonzada, sumamente sexy se escapó de sus labios.
Recorrí su mejilla con mis labios, rosando suavemente cada centímetro de piel que había en ella.
Cerré los ojos nuevamente y disfruté de aquella exquisita cercanía que habíamos impuesto en esa cama que ahora me parecía el lugar más acogedor  en el cual podría estar.
-Soy tuyo, amor. Completamente tuyo.-susurró cerrando los ojos, sintiendo mis labios en su piel, mis manos acariciando su pecho y mi cuerpo entero entregado ante la atracción del suyo.
Contuvo un temblor en su boca cuando suspiré cerca, muy cerca de sus labios.
Me apreté aún más a su figura, entrelazando mis piernas en las suyas, creando confusiones entre las sabanas blancas, revueltas luego de tantos sueños y caricias desperdigados cuando aún la luna yacía en lo alto del cielo.
Oculté mi rostro en su cuello y aquel aroma embargó cada recoveco de mi mente. Definitivamente demencial. Riesgosamente adictivo.
-Michael-
-¿Si?-
-Te amo.-

Llevó su mano hacia mi barbilla y levantó mi rostro. Sus ojos buscaron mi mirada y la encontraron al instante.
¿Cuántas veces Michael podría desarmarme hasta el punto de hacerme caer rendida ante él?, ¿se detendría algún día?
Pues no deseaba que lo hiciera, porque estar con él de esa manera, íntima, infinitamente extraterritorial era magnífica. Y aunque todo aquello en ese instante, en cual acercó mi rostro al suyo y sus labios comenzaron un juego de autoridad entre los míos, me pareció escandalosamente insustancial y evanescente, tenía la seguridad de estar haciendo lo correcto esta vez. ¿Cómo podría entonces explicarme a mí misma aquella sensación de estar frente a lo más valioso de mi vida entera? 
Simplemente, cada vez que él osaba a acercarse a mis labios o tan sólo a mirarme, arrebataba cada resto de cordura que quedaba en mi interior, echándola a la suerte, moldeándome entre sus manos con cada roce, con cada desesperado y tímido arrebato por guardar por un segundo mi piel en sus manos.

Sus labios abrazaron los míos, mientras su lengua se enredaba en mi boca, lenta y paciente. Quizás sólo por un instante, pero lo suficiente para hacer que la locura volviera a por mí. Entonces, no supe qué sucedió exactamente con mis manos, ni las suyas.
Lo cierto, es que de un segundo a otro sentí su piel bajo mis dedos, tibia, exquisitamente tibia. Mis dedos escudriñaron la superficie bajo aquella camiseta blanca, la cual de pronto se había convertido en un impedimento. Un burdo obstáculo ante esos deseos que ahora quemaban cada una de mis terminaciones nerviosas, animándome a ir por más, mucho más.
Quise detenerme a meditar lo que aquella nueva sensación estaba provocando entre los dos. Pero sencillamente no fui capaz.
Porque cuando sentí sus manos bajar por mis caderas, decididas y fuertes recorriendo aquel camino para finalmente llegar a mi muslo, cada intención pura que quizás había asomado en mi mente durante ínfimos segundos, se había esfumado por completo.
                                                                                                            
Había fuego. Fuego quemando todo a su paso.
Sentí como bajo mi cuerpo su pecho subía y bajaba una y otra vez, exasperado.
 Mi agitada respiración  chocó contra la suya, mientras sus dedos se enterraban en mi muslo, con deseo.
Sí, en aquel instante pude sentir cómo Michael me deseaba con desesperación, con desenfreno, de la misma forma en que yo le deseaba a él.

No tuve miedo, pues eran sus manos las que ahora se ensartaban en mi piel. Y eran exactamente aquellas manos las que yo quería que recorrieran cada espacio, cada resquicio de mi cuerpo.

Michael tomó mi pierna con decisión, acercándola hacia sus caderas, encarcelándose a si mismo con ella, antes de cambiar su peso, obligándome a girar sobre mi espalda. Entonces se posicionó sobre mí, convirtiéndome en una rehén perfecta, que irónicamente, no tenía ni la más mínima intención de liberarse.
Sus labios dejaron los míos un segundo. Rozó mi piel con ellos, descendiendo lentamente, causando cientos de descargas eléctricas en mi cuerpo. Y se detuvo allí, en mi garganta, mientras yo, rendida ante sus labios, estiraba mi cuello para sentir sus caricias en toda su magnitud.
-Te amo.- murmuró contra mi piel erizada ante el roce de su aliento.

Y entonces mi corazón palpitó una vez más, descontrolado, para luego detenerse un instante, mientras Michael clavaba sus ojos en mí, descubriendo nuevas miradas cargadas de fuego.
Buscó mis labios otra vez, rasgando cada suspiro enamorado que salió en aquel instante de entre los míos.

No sabía si esto estaba exactamente dentro de las normas, pero no me importaba, pues lo que sentía en ese preciso segundo era mucho más fuerte que mi propia voluntad.

Todo se resumía en una caricia, en un roce, en un beso sin fin.
¿Alguna vez habría imaginado siquiera lo que su cercanía podía llegar a causar en mí?
Seguramente, ahora podía hacerse una idea bastante acertada sobre ello.

Pero precisamente cuando ya la razón comenzaba a abandonarme definitivamente, Michael separó sus labios de los míos, dejando su sabor impregnado en mi boca.

-¿Qué sucede?- pregunte desconcertada, extrañamente desorientada en mi propia cama.
-Ya es tarde, cariño. Debemos levantarnos.

Entonces su mano resbaló por mi pierna, liberándola en el acto, imponiendo una distancia segura entre nuestros cuerpos.

Me quedé inmóvil por un segundo eterno, recostada a su lado, mientras ambos mirábamos el cielo blanco de la habitación.
Intenté acallar mi respiración que parecía haber perdido todo ritmo, dado que mi pecho continuaba moviéndose agitado. Pero un solo pensamiento ocupó por completo mi mente.

¿Qué había estado por pasar? O mejor dicho, ¿Qué era lo que Michael había evitado que sucediera? Y más importante aún, ¿Por qué no había querido seguir?

Y entonces una pequeña, pero certera sensación creció en mi interior. Michael me había… ¿rechazado?
El incómodo silencio que sobrevino a aquel momento no hizo más que acentuar aquella dolorosa incertidumbre.
Pero cuando me estaba comenzando a hundir en mis propios miedos, una mano buscó la mía y entrelazó nuestros dedos, confortándome de nuevo.
Michael se incorporó levemente y buscó mi mirada. Tomó mi mentón y me obligó a mirarle directamente a los ojos.
-¿Sabes lo importante que eres para mí, verdad?

Sí, lo sabía. ¿Cómo no saberlo cuando sus ojos parecían mostrarme el universo por entero?, ¿cómo dudar de sus palabra cuando cada una de ellas me parecía completa y absolutamente verdadera?

Guardé silencio por un momento. Sí, Michael era distinto a todo lo que yo antes había conocido. Eso lo sabía desde hace tiempo. ¿Entonces por qué me había sentido de aquella forma?, ¿por qué, irrazonablemente, me había sentido herida?

-Lo sé, Michael.- dije al fin, ante su atenta mirada.
-Tienes mi corazón en tus manos, amor. ¿Lo entiendes?, ahora eres todo para mí, absolutamente todo.

Su aliento rozó mis labios una vez más. Cerré mis ojos, sintiendo aquella necesidad nuevamente, insaciable, carente de límites.

Y entonces sus labios se detuvieron en los míos una vez más, tan sólo un fugaz instante.
-¿Debes trabajar hoy?
-No. Tengo el día libre.- sonreí. Abrí los ojos y me encontré con su rostro a escasos centímetros del mío. Me miró con extrañeza y yo comprendí de inmediato el motivo.- George piensa que he pillado un resfriado. Ya sabes, no podía decirle la verdad, porque de seguro si le hubiese dicho que en realidad, quería faltar al trabajo debido a que estaba locamente enamorada de ti y quería evitarte, me habría despedido.
-Probablemente.- dijo Michael con aquella bonita sonrisa que solía robarme más de un suspiro. – Entonces, vendrás conmigo. Si quieres, claro.
-Claro que quiero, tonto. ¿O si no quién cuidará de que no te fijes en alguna reportera?
-Ya tengo a la única reportera que quiero.


Y cuando sus ojos comenzaban a alterar mi capacidad de razonamiento nuevamente, decidí que lo mejor sería saltar de la cama de una vez.
Así que sin meditarlo demasiado me zafé de las sabanas y me puse en pie ante la atenta mirada de Michael.


-Me sorprendes.
-¿Por qué?-pregunté volteando para observarle.
-Has hecho en menos de un segundo lo que a mi me ha costado que hagas durante casi toda la mañana.
-Oh por favor, exageras. ¿Toda la mañana?, no han sido más que unos minutos.
Y por lo demás, ha sido tu culpa.-
-¿Mi culpa?
-Ajá.

Apartó los restos de sabanas que aún se encontraban sobre su cuerpo, se incorporó y caminó hacia mí.
-¿Puedo saber por qué esto ha sido mi culpa?
Entonces negué lentamente.
-Si te lo dijera, terminaríamos tal como hemos estado hace un momento.
Sus mejillas se encendieron en menos de un latido.
Solté una carcajada y emprendí el camino hacia la ducha, dejándole ahí, con sus bonitos coloretes refulgiendo y una verdad latente suspendida en medio.


Michael había desatado el fuego en mis venas. Juntos habíamos descubierto una nueva necesidad que parecía quemar entre los dos.


Pero una adicción suele ser peligrosa. Y yo ya me había convertido en una adicta.

¿Podría evitar entonces sucumbir ante mi propia heroína?














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